Las únicas glándulas que tienen importancia para la obesidad son las salivales, aseguró cruelmente Rynearson. Y hay otros muchos que responsabilizan al ambiente familiar y a la educación recibida de los desarreglos alimenticios y del exceso de peso.
Siempre ha sido difícil hallar una definición que explique exhaustivamente y de modo sencillo el concepto médico-clínico de obesidad. Además, se discute y hace coincidir los términos de obesidad y de “adiposidad”, al estar constituida esta última por el tejido adiposo que se acumula en determinadas zonas estratégicas del cuerpo humano. Alguien propuso, en el pasado, fórmulas matemáticas para establecer quién es obeso y quién no lo es.
Los expertos y sus métodos de saber si el paciente presenta obesidad
Por ejemplo, el francés Broca sugiere calcular la estatura de una persona en centímetros, restando un índice “100” para el hombre y “ 104” para la mujer. Así que si una persona mide 178 cm, puede llegar a un peso de 78 kg si es hombre, o de 74 kg si es mujer. Otra fórmula matemática más aceptable es la propuesta por Quetelet-Bouchard: se divide el peso por la estatura indicada en centímetros. Entonces, cocientes que superen el 0,35 para la mujer, y el 0,40 para el hombre, indican que la aguja de la balanza se está desplazando peligrosamente hacia la obesidad.
Con todo, sigue siendo difícil establecer con criterio clínico el límite difuminado entre corpulencia y obesidad. Y cuando ésta se ha establecido oficialmente, cuando es simple o sustancial; es decir, patológica. En suma, sigue siendo siempre difícil hacer una distinción de cuándo y en qué momento una persona deja de ser considerada (con discreta sensibilidad) robusta, o bien definitivamente obesa.
Donde la obesidad es sinónimo de decadencia física, ello va unido a un compromiso estético (especialmente para la mujer).
Encontrando respuesta a la obesidad
¿Por qué se engorda? A quí hay retomar la analogía del organismo humano como una máquina. Por su mecánica y dinámica, por su locomoción, debe servirse de levas (huesos largos) unidas entre sí por juntas (articulaciones), accionadas por poderosos resortes (músculos) que condicionan la armonía y potencia del movimiento, del programa motor.
La coordinación del programa de movimiento es obra del sistema nervioso, que envía órdenes mediante los nervios a los órganos ejecutores, los músculos. El movimiento nace del trabajo en tándem entre es tos dispositivos fundamentales. La mecánica de esta máquina es asombrosa y permite prestaciones sorprendentes.
Pero sucede que este mecanismo a veces se ve obstaculizado por lo que podremos definir como un “exceso de lubricación” . Un verdadero barnizado de grasa interna (en las vísceras y entre ellas) o externa, en forma de acumulación subcutánea de adiposidades.
Es éste el aspecto que aparece claramente a los ojos del obeso: la recarga de la carrocería con los anillos de grasa en zonas muy estratégicas, temida particularmente por las mujeres, siempre a la búsqueda de una silueta perfecta. En este caso, el concepto de “salud” coincide y se superpone al estético.
Pero, repetimos, ¿por qué se engorda? ¿Por qué se produce ese exceso de lubricación al que nos referíamos?
La mayor parte de los estudiosos del fenómeno de la obesidad, entendida como enfermedad social, es firme en un punto: se trata de un desgraciado asunto de “entrada” y “salida”, de entrada de alimentos y de gasto de éstos con la actividad física. Téngase en cuenta que los estudios estadísticos sobre la obesidad son muy alarmantes.
Italia, por ejemplo, sobre 56 millones de habitantes, tiene no menos de 10 millones de individuos que tienden al exceso de peso. Según un estudioso inglés, John Yudkin, el enemigo número uno de todas las poblaciones del mundo civilizado occidental es el azúcar. Por el mismo se entiende también todo lo que no es nor malmente dulce, pero que llega en forma de almidón al organismo.
Expresiones de judkin sobre obesidad
Judkin tiene su guerra personal contra el azúcar y, prácticamente, contra la obesidad. Distingue entre hambre y apetito, siendo la primera una sensación penosa y desagradable que puede saciarse tomando una cierta cantidad de alimento, mientras que el apetito es una sensación agradable, por estar dirigida hacia la toma de un alimento muy concreto.
El hambre es independiente de la presencia o ausencia de alimento. El apetito puede despertarse sólo con ver, con oler o, sencillamente, sólo con el “pensamiento” de alimentos concretos que gustan. Según Judkin, el obeso echa constantemente una ojeada al reloj para ver si ha llegado el momento fatídico, el del sagrado rito de la mesa. Pero señala Judkin, en el obeso el sentido de la saciedad tiene un termostato estropeado: el organismo siempre “está vacío”. En este círculo vicioso, el azúcar tiene su parte de responsabilidad. Los animales de laboratorio alimentados con mucho azúcar se vuelven obesos y pasan de la obesidad a la enfermedad.
Es el azúcar lo que provoca un aumento patológico del volumen del hígado, debido también al aumento de las células hepáticas. Pero es siempre el azúcar el que hace surgir esas células patológicas grasas que los expertos en metabolismo de nutrición llaman adipocitos.
Está también la observación de Tranvía, que sostiene que si una persona pesa 90 kilogramos, cuando debería pesar 70 en relación con su altura, corpulencia, sexo, etcétera, obviamente su corazón debe bombear más sangre por esos 20 kilogramos extras. Su hígado debe depurar la. Sus riñones tienen que drenar más líquido.
En este punto, será oportuno consultar el cuadro del peso ideal de cada persona después de los veinticinco años, en relación con su altura.
Estadísticas sobre la presencia de la obesidad en la sociedad
Para llamar a la reflexión nada mejor que el análisis de las cifras: en veinte años, un adulto ingiere en promedio la asombrosa cifra de 22 toneladas de alimento. Téngase en cuenta que estos datos se refieren a las llamadas personas “normales”, no obesas. Y entonces, ¿por qué se engorda? Hemos dicho que se puede caer en la adiposidad en dos situaciones distintas: sano o enfermo. Está demostrado que 7 personas de cada 10 engordan estando sanas por dos motivos fundamentales: exceso de alimentación (cenas con los amigos, almuerzos de “trabajo” ) y
escasa actividad física o sedentarismo.
Humorísticamente, se podría decir que el ejercicio físico más importante para evitar engordar es el de mover la cabeza para decir no, cuando desfilan bajo la vista mil golosinas.
Causas de la obesidad
De cada 10 personas enfermas, 3 engordan, por tres motivos fundamentales: exceso de función de ciertas glándulas endocrinas (como las suprarrenales), defecto de función de otras glándulas endocrinas (por ejemplo, la tiroides) o trastornos del sistema nervioso neurovegetativo y de la mente.
Existe, sobre todo, una estructura nerviosa vinculada con la hipófisis, responsable de ciertas obesidades patológicas. Pero la ansiedad y la neurosis tienen su responsabilidad concreta en el engorde. De hecho, el neurótico puede presentar el fenómeno de la polifagia (comer en exceso) o de la polidipsia (beber en exceso). El alimento es, en suma, un antídoto anti ansiedad contra las carencias afectivas, en el ámbito del delicado terreno sexual.
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