La uva, esta planta, que podemos ver hoy en muchas casas de familia, la vida, y de la que todos los años se sacan los jugosos racimos de uva con que se alimenta el hombre sin cesar, era conocida ya en los lejanos tiempos antiguos, cuando las tribus arias y semitas la cultivaban en los diversos países que invadían, tales como la India, el Egipto y todo el viejo continente.
Mitología detrás de las uvas
De Júpiter y Séinele refiere la fábula helénica que nació Banco y Dionisos, pues el primer nombre es el que le dieron los romanos y el segundo los griegos. Cuando el gran Júpiter tonante, déspota del Olimpo, rey de los inmortales, dios del trueno, símbolo del supremo poder celeste, luchaba contra los titanes que querían derrocarlo, Baco le secundaba, como buen hijo obediente en la tarca de defender el feudo olímpico de los conquistadores. Y Júpiter le gritaba, para enardecerlo:
—Evohé, Bache, evohé!…
Lo que en purísima lengua castellana significa:
— ¡Valor, Baco, valor!
Y bien éste era el grito de orgia de las bacantes o sacerdotisas de Baco, la literatura de todos los tiempos. Las bacantes se caracterizan por rendir culto a dioses como posesos furiosos que bailaban, lanzaban agudos gritos, hacían con torcimientos dislocados. El país de los griegos y de los egipcios fueron las primeras naciones que tuvieron la noticia de las bacanales.
Roma las tomó de ellas, y más de un escándalo motivó en el Senado su vergonzosa existencia. Las costumbres de los tiempos cambian, y lentamente se dulcifican, en ese proceso despacioso de civilización en que ruedan, como las piezas del mecanismo de un reloj, las generaciones.
A pesar de la prohibición de las autoridades, al margen de la ley -continuaron efectuándose en Roma dichas fiestas, que son, en cierto modo, antecesoras de nuestro moderno carnaval, el cual, si no consiste en orgías desenfrenadas como las bacanales, se caracteriza por la alegría incontrolada y los gritos, y comparsas, y músicas, etc.
Como puede verse, en todas esas fiestas antiguas el vino, principal producto derivado de la vida desempeñaba un rol de importancia. También se estilan en lo moderno las “fiestas de la vendimia”, en que se elige la “reina”. Estas fiestas, popularisimas, revisten diversas formas, según las naciones, pues hay que agregar que se verifican allí donde la uva constituye un medio de vida.
Los italianos, por ejemplo, instalan, al principiar las ceremonias, enormes puestos repletes de uva para vender al público. Además de numerosas comitivas a caballo, que recorren las viñas, grandes carretas de bueyes, ornadas con motivos de vid y cuyos conductores van vestidos con primitivos trajes de los habitantes del Lacio.
Entre los franceses, por su parte, luego de escogida la reina de la uva ésta misma comienza las ceremonias obsequiando a los campesinos reunidos con sendos racimos de henchida pulpa. Los ingleses, en cambio, iniciar de otro modo la fiesta Entre varios es llevada al medio de la plaza pública una máquina de prensar uva, y la multitud da principio al trabajo.
Producto de la uva, el apreciado vino
Sí, hablemos del vino, ya que no es posible, en manera alguna, referirse a la uva sin conceder un espacio a la más popular de las bebidas espirituosas, al popular vino, que si hubiese continuado la bonísima costumbre de hacerlo con el fruto de la vid seguirá constituyendo un medicamento, una bebida recomendable para multitud de malestares. Pero es el caso que si hoy se hacen vinos de uva su precio los pone tan altos, que la mayor parte de los brazos no los alcanzan. Debemos entonces contentarnos con los fabricados con sustitutos químicos, nada saludables por cierto, y ante los cuales una sola palabra puede decirse: abstenerse.
El gran filósofo Platón, fundador de la Academia, decía que los menores de dieciocho años no deben beber vino, y en esto le asistía la razón, porque el alcohol es un enemigo de los organismos no conformados, jóvenes en demasía. El mismo Platón prohibía emborracharse al hombre antes de los cuarenta años. Era en este punto de su filosofía, como se ve, tolerante, ya que admitía que los entrados en edad cometiesen excesos.
En este sentido nosotros somos más intransigentes, en nombre de la salud y de la moral viva. En nombre de la salud porque la embriaguez es un terrible enemigo de ella, y en nombre de la moral viva porque un individuo ebrio que ha perdido el control de sus sentidos, deja por completo de estar regido por los ‘’frenos” que la sociedad le impone, durante su estado de conciencia, y se transforma ni más ni menos en una bestia instintiva, capaz de cometer los peores excesos en contra de las personas, sin respetar sexo ni edad.
La colectividad humana resolvería la cuarta parte de sus problemas mayores si se suprimiese la beodez. ¿Cómo arreglará el mundo un individuo que hasta altas horas de la madrugada permanece bebiendo y llega después a su casa a golpear a su familia y ofrecer a los niños los más repugnantes espectáculos? No sólo él es un inútil social, un imposibilitado de preocuparse por los eternos problemas que agitan la vida del hombre asociado, si no que prepara el camino para que sus hijos le imiten y sean a su vez inútiles sociales. Platón ha quedado detrás del pensamiento moderno, ya que permitía embriagarse. Dice Montaigne, en uno de sus célebres Ensayos:
«El mismo filósofo (Plafón) en sus Leyes halla útiles las reuniones en que se bebe, siempre que en ellas haya un jefe para gobernarlas y poner orden, puesto que, a su juicio, dice, la borrachera es una buena y segura prueba de la naturaleza de cada uno, al propio tiempo que comunica a las personas de cierta edad el ánimo suficiente para regocijarse con la música y con la danza, cosas gratas de que la vejez no se atreve a gozar estando en completa lucidez. Dice además Platón que el vino comunica al alma la templanza y la salud al cuerpo, pero encuentra, sin embargo, en su uso, las siguientes restricciones, tomadas en parte a los cartagineses: que no se beba mucho cuando se toma parte en alguna expedición guerrera, y que los magistrados y jueces se abstengan de él cuando se encuentren en el ejercicio de sus funciones o se hallen ocupados en el despacho de los negocios públicos; añade además que no se emplee el día en beber, pues el tiempo debe llenarse con las ocupaciones de cada uno, ni tampoco la noche que se destine a engendrar los hijos».
He aquí reunidos pensamientos poco valiosos y otros demasiado severos de suma utilidad. El último, sobre todo, es digno de mirarse. La ciencia moderna recomienda no beber en la noche de la boda, pues el estado físico de los futuros padres ha de redundar desfavorablemente en la salud de su hijo. ¡Cuántas enfermedades, cuántas miserias, cuántas lágrimas posteriores se evitarían con seguir este consejo.
Sin embargo las costumbres de casi todos los pueblos aceptan la «fiesta» del casamiento, en que se bebe hasta el delirio y se come hasta hartarse. En los casos en que no sea posible prescindir de la bebida abundante en la noche del casamiento harían muy bien los cónyuges de aguardar unos días a que su organismo se normalice y desintoxicase, antes de cumplir con sus deberes conyugales.
En cuanto al pensamiento anterior de Platón, el que dice que no se emplee el día en beber, pues el tiempo debe llenarse con las ocupaciones de cada uno, es una recordación que vale oro. Harto frecuente es el espectáculo desolador de hombres jóvenes, en lo mejor de su edad, que pierden horas tras horas ante los naipes y la botella destapada, «matando” lastimosamente el tiempo: asesinando sus vidas, que si las ocupasen para fines útiles a ellos mismos y a la sociedad dejarían de ser vacías, anónimas, transitorias.
El proverbio famoso de que el tiempo es oro debe interpretarse no ya solamente en el sentido de que el tiempo, irrecuperable puede tornarse valioso según el uso que de él se haga. La juventud es la mejor edad para estudiar, para iniciar empresas generosas, para asimilar las lecturas. Un buen libro, un paseo por el campo, una conferencia, siempre enseñarán más que los vacíos naipes, con los que consumen la parte libre de sus jornadas infinitos hombres.
Es menester que la vida sea elevada a la categoría de verdadera existencia humana, y que no se la denigre hasta mero parasitismo social. Las conquistas de la civilización son el esfuerzo de las generaciones que adquirieron lo que hoy tenemos. El arte es producto de una evolución amplísima, la ciencia ofrece horizontes ¡límites. ¿Es lícito, es razonable, es lógico desperdiciar los años enteros de una vida ante la mesa de café, ante el vaso de vino, ante las barajas?
Un poco de reflexión, lector, si eres de los que se aficionan a ello.