
Hablando del paso de nuestra miel debemos saber que muchos grandes hombres del pasado histórico observaron las abejas. Varrón, Plinio, Aristóteles, Columela, Catón, etc., etc. Plinio refiere que Aristómaco, célebre filósofo, se pasó medio siglo estudiando la vida de la colmena. Virgilio habla de ella en las famosas Geórgicas, y Falisco de Taso, a quien apodaron «el salvaje”, iba especialmente a los lugares deshabitados, a fin de tener ante su vista a esos minúsculos trabajadores de la naturaleza.
La miel en la actualidad
Son numerosos los investigadores que se ocupan de ellas, clutius, Swammerdam, Reamur, Húber, Dzierzon. etc., etc. y uno de los más recientes, que no se ha dedicado tanto a la técnica de la apicultura cuanto a la observación del modo de vivir de las abejas es el belga Mauricio Maeterlinck, hoy anciano ya, que reside en los Estados Unidos.
Su libro La vida de las abejas ha recorrido el mundo, en infinitas traducciones, y es uno de los voIúiskanes más leídos entre la moderna literatura, escrito en un ameno y ágil, con un bello sentido de la poesía y con sentimiento; es una verdadera novela de la abeja, adonde puede recurrir en primer término, el lector curioso del tema, pues como punto de partida es inmejorable, desde el momento que analiza allí la bibliografía de la abeja, indicando numerosos autores y libros, antiguos y de actualidad.
Los que asombra de las abejas
Tanto en la vida de las abejas cuanto en la de las hormigas, es la organización de sus sociedades, que hace suponer a algunos autores la existencia de un »espíritu de la colmena” o bien de una facultad extraordinaria del insecto mismo, que le permite acatar todas las leyes que rigen el conjunto y desempeñar con corrección trabajos especiales, etc.
A pesar de lo mucho que sé ha escrito sobre el tópico, otro tanto queda aún por descubrir, y no es aquí donde hayamos de extendemos más de la cuenta sobre el particular. Nos hemos permitido esta digresión para convencer al lector de que la abeja debe ser respetada, del mismo modo que todos los insectos y animales que no producen al hombre un mal sensible.
Otros escrúpulos de la miel
Y recuperemos de nuevo el tema de la miel para señalar otro escrúpulo que mueve a algunas personas a desconfiar de la miel. Se dice, y hay más de una prueba que parece confirmarlo, que ciertas mieles son venenosas, por provenir de flores de esa naturaleza.
No obstante, este miedo es infundado. Multitudes hacen uso diario de la miel, en campos y ciudades, sin experimentar ningún efecto nocivo. Más venenoso es, en ese caso todo alimento que pase por las manos del hombre, como el pan, la carne, la verdura, etc. Más venenoso es permitir que las moscas se posen sobre nuestra piel. Y, sin embargo, no nos preocupamos poco ni mucho de ello. Y es que se necesita, para vivir la vida que se nos ha deparado, una especie de “consciente inconsciencia», o, en otros términos, para gozar de la tranquilidad de existir es necesario desechar de la mente todos los motivos que nos puedan hacer temer el contagio de los males.
Sucede lo mismo con el hombre que vive encerrado que con el que sale a la calle, de paseo. Si este último en una parte de domingo azul, de sol radiante, cuando se dispone a divertirse, pensara en que al tomar un automóvil puede el mismo chocar, o al caminar por la vereda puede un frente derrumbarse, o sufrir él una caída, o ser atropellado, o insolarse.
Si pensara en todas estas cosas, repetimos, no sólo no saldría jamás, sino que vivirá en un estado de constante zozobra, sintiendo el peso de las mil espadas de Damocles que se yerguen, en efecto, sobre la vida, pero a las cuales no atendemos, por, repitamos, nuestra salvadora «consciente inconsciencia».