Si, lector, hay que saber comer, la mayoría de las gentes se contentan con «comer», simplemente, sin fijarse cómo lo hacen, y muchas de ellas, en vez de comer, ‘‘devoran», pero todo esto no es sensato. Piénsese que una cosa es llenarse de objetos los bolsillos y otra cosa es llenar el cuerpo de sustancias. De los bolsillos pueden sacarse los objetos en cualquier momento, sin ninguna dificultad, cuando molesten. Del organismo, no. Lo que en él penetre pasará a formar parte de su constitución. Esto merece ser pensado con detenimiento.
Se impone, pues, una filosofía del comer. Se impone que esta función capital deje de hacerse inconscientemente y comience a ser realizada con verdadera conciencia. Se evitarán muchos males, lo que ha de resultar en provecho de la salud del individuo, en primer término, y en segundo, en provecho de su economía.
Lo segundo parecerá paradójico, pero no lo es. Las enfermedades son los mayores enemigos con que cuentan los hogares humildes. Estos hogares, sostenidos las más veces por una persona sola, por el padre, cuando se ven sacudidos por una indisposición de éste suelen experimentar un verdadero trastorno en sus finanzas.
Los únicos brazos que trabajaban están caídos, a lo largo del lecho, sin producir. Y sobre la desventaja de producir, causan gastos fuera de lo ordinario: medicamentos, doctor, curaciones, etc. La enfermedad, pues, es también un enemigo de la caja familiar. Aparte, claro está, de sus otras graves y muchas veces imprevisibles consecuencias.
Un curioso artículo de un dietético panameño Juan N. Tinker, escrito en pintoresco estilo, traía, entre otras cosas, las siguientes:
«¿Come usted como perro o como gente? Cuando se le hace esta pregunta sencilla a las gentes se disgustan, embellacan, quieren pelear y formar otros pereques, porque estiman ofensiva la pregunta. Nada más lejos de la verdad, puesto que la verdad, es como nos la enseñan todas las escuelas, colegios e instituciones trofológicas, que los humanos somos la suma y resta de lo que comemos».
Párrafos adentro:
«Cuando se come como gente se vive constantemente en salud, sin quejas ni dolores en ninguna parte del organismo: sin que se nos caigan los dientes y cabellos, ni se petrifiquen los huesos y tejidos, vísceras y demás órganos del cuerpo, y con toda la tubería del cuerpo (arterias, venas y demás conductos que sólo Dios conoce bien sin ninguna clase de especulación) perfectamente elástica, como lo comprueban tantísimos ejemplos conocidos”.
A renglón seguido:
«Los himalayos, al ver gracia, por su método frugal de vivir nunca se les acaba la existencia. Viven hasta cuando el hijo mayor de la familia rueda al viejo o a la vieja, atado o atada en un cesto, por el “cerro de la muerte”, fiara que llegue descalabrado al valle”.
(Esto tiene mucho olor a leyenda, y no somos nosotros quienes lo suscribimos como verdad de a folio y medio. Pero piense el lector que entre los indios de ciertas regiones se registran casos extraordinarios de longevidad, lo mismo que entre ciertos campesinos.)
Está demostrado que en contacto con la naturaleza el hombre vive más, mientras que el habitante de las ciudades, desgastados más de prisa sus nervios por la agitación de su modo de vida, se consume mucho antes).
Tínker continúa así su artículo:
«Oíd Parr, de 152 años, que atendía en Escocia su finca, diariamente, fue invitado por el rey Eduardo VII a concurrir al palacio de Dúckingham, porque el soberano quería conocerle. Allí lo invitó a cenar con él, y como se trataba de la persona del rey. Oíd Parr accedió, y le sirvieron sus potajes, y murió al día siguiente, a consecuencia de las tantas indigestiones, congestiones y apoplejía en plato que, por temor al rey, se había metido entre pecho y espalda».
«Toda la llamada gente pobre de Europa, carente de bienes de fortuna (campesinos, agricultores y arrieros, en una gran mayoría) trabaja de ocho a doce horas, de las veinticuatro de cada día; viven fuertes y sanos, intactos todos los órganos y partes del cuerpo, sostenidos con una manera o método frugal de vivir».
Este artículo, fechado en Panamá en 1940 y publicado por Próvida, de Cuba, defiende, como casi todos los de su especie, la alimentación exclusivamente vegetariana.
Lo que de él resalta, ante todo, con incontrastable fuerza de verdad, es la importancia de los alimentos para la vida. La gran desgracia del género humano es que «come como un perro, no como gente”, según dice Tínker, con razón que le sobra.
Las conferencias que hace algunos años organizó el Instituto Nacional de la Nutrición, de Buenos Aires, sobre las «Enfermedades de la Nutrición”, debieran repetirse de continua. Al hombre le entran las nociones sólo a fuerza de una gran propaganda. Y las conferencias atraen siempre mucha gente, en especial cuando la entrada es gratuita, digámoslo claro.
Las mujeres no cesan de oír por radiotelefonía, de leer en las revistan, de comprar en las librerías volúmenes referentes a las llamadas «recetas de cocina”, pocas veces confeccionadas con elementos naturales y sanos. Las mujeres se preocupan demasiado por la figura, por el “modo» de presentar un plato, nunca por el «contenido nutritivo» de ese mismo plato. Y ya lo hemos dicho: estamos, en este aspecto, en manos de la ama de casa, o la cocinera, cuya cocina es el laboratorio donde se gestan las enfermedades familiares o su salud.
¿Tienen conciencia de su misión, todas las mujeres? ¿Saben con qué están tratando? ¿Hacen las cosas de una manera racional y beneficiosa? Algunas, unas pocas, sí, pero la mayoría, confesémoslo, la mayoría toma su función con la apatía con que se toman todas las ocupaciones obligatorias. Habría que enseñarles cuáles son los alimentos útiles y cuáles los inútiles o perniciosos.
Habría que obligarlas a seguir, en una escuela oficial, un curso preparatorio de cocina científica antes de concederles permiso para contraer matrimonio. Porque se da frecuentemente el caso de jovencitas que se hacen dueñas de un hogar ignorando las más elementales reglas de la alimentación, ya que en casa de sus padres la sirvienta, o la madre, o la hermana mayor, se ocupaban de la cocina, sin intervenir para nada ellas.
Esas jovencitas verán al poco tiempo aumentar su hogar con la presencia de los hijos. Y no saben nada. E ignoran qué debe darse de comer a un niño, para que crezca robusto, qué debe evitarse, qué es necesario para mantener el vigor físico del hombre de la casa, del que trabaja, del timonel, cuyo brazo es indispensable a la buena marcha de esa pequeña sociedad que es la familia. Se trata, en suma de un problema que debiera contemplarse, encarando decididamente una «educación casera de la mujer», prematrimonial.
Hay, sin embargo, escuelas de dietistas que cumplen esa función. ¿Pero cuántas mujeres acuden a ellas? ¿Qué porcentaje, en relación del total de la población femenina de un país? Ud. porciento mínimo, insignificante, oscuro. Un porciento que sólo aumentaría si se tomara una medida: obligar a la mujer que va a casarse a diplomarse en un curso de esa naturaleza de la misma manera que se obliga al hombre a someterse al examen prenupcial, en previsión de grandes males futuros, que las generaciones posteriores sufrirían.
Hay que saber comer, dijimos al principio de este artículo. Y nos viene a las mentes el recuerdo del célebre Cornaro, el veneciano centenario. Había llevado una existencia común, con los excesos habituales al hombre, en materia de alimentación. Así arribó a sus cuarenta años, edad en que advirtió, que se consumía fatalmente, que iba derecho a la bancarrota de su salud general.
Decidió entonces adoptar una resolución heroica, y con fuerza de voluntad pocas veces vista disminuyó Considerablemente el volumen de sus alimentos, el que hizo oscilar entre 350 y 700 gramos de sustancias sólidas, poco más o menos, y medio litro de vino. Acostumbrándose a tan duro régimen durante seis décadas, alcanzando la provecta edad de cien años.
Con la palabra algo hemos indicado la presencia real del valor nutritivo. Con nada, su total ausencia. Con regular, algo más que presencia. Con mucho, gran cantidad de valor nutritivo. Con huellas, algo así como asomos de presencia, rastros de valor nutritivo.
Veamos ahora, de acuerdo siempre con la misma fuente, los alimentos que son ricos en calorías y principios energéticos:
- Pescados
- Nueces
- Huevos
- Arroz
- Aceite de oliva
- Cereales
- Oleo margarina
- Pan blanco
- Azúcar
- Manteca
- Miel
«El valor nutritivo de los alimentos, dicen los autores del ya mencionado libro El médico en casa, está ajustado en proporción exacta a la cantidad de sustancias nitrogenadas y sacarinas que contengan. Las siguientes tablas indican el valor relativo de algunos alimentos más comunes:
- Alimento Nitrógeno:
- Leche humana 100
- Leche de vaca 237
- Yema de huevo 305
- Ostras 302
- Pichón (pollo) 756
- Carnero 773
- Salmón 776
- Cordero 833
- Clara de huevo 845
- Langosta 859
- Queso 331
- Anguila 434
- Almeja 528
- Hígado de buey 570
- Ternera 873
- Vaca 880
- Cerdo 893
- Rodaballo 898
- Jamón 910
- Arenque 914
- Arroz 81
- Patatas 84
- Maiz 100
- Centeno 106
- Rábanos 119
- Trigo 119
- Cebada 123
- Avena 138
- Pan blanco 142
- Pan moreno 166
- Guisantes 239
- Habas 283
- Judías 320
En cuanto a las grasas, se consignará la siguiente tabla:
- Alimentos Grasas
- Harina de trigo 2,0 °fo
- Harina de avena 5.6
- Harina de maíz 8,1
- Harina de centeno 2,0
- Harina de cebada 2,4
- Fagópiro 1,0
- Arroz 7,0
- Patatas 2,0
- Nabos 2.0
- Chirivías 5,0
- Guisantes 2,1
- Té 4.0
- Café 13,0
- Cacao 50,0
De todo lo expuesto se desprende que con un poco de atención puede darse al organismo un régimen apropiado, a fin de que no le falten las sustancias vitales, con este principio: que las propiedades se equilibren, pues todas son necesarias a la buena marcha de la salud integral.