Hay dos categorías de individuos, en la sociedad humana, desde el puntó de vista de la alimentación: los cuerdos y los dementes, los sensatos y los irracionales, los que cuidan su salud y los que la entregan a las enfermedades, por sus excesos.
Pero los que pertenecen a la primera categoría, los cuerdos, los sensatos, los que cuidan, su salud, cuando llegan las grandes festividades del año prevarican de su temperancia, de sus hábitos moderados, y se pasan a la línea enemiga.
Esto es pura obra del contagio, las más veces. ¿Quién, en la Natividad o el Año Nuevo, pretenderá abstenerse de bebidas y comilonas, si a cada paso que da, si en cada lugar adonde concurre, si todo está inundado de sidra, champaña, pan dulce, turrones? Es un acto difícil moderarse en tales circunstancias.
Y las consecuencias de esos desarreglos las sufre en primer término, el aparato digestivo, y en segundo término el corazón. Efectivamente, se ha comprobado que entre los «salvajes” no abundan tanto como entre los «civilizados» las afecciones cardíacas, derivadas de las comilonas con que celebran alguna fecha importante los hombres.
Los emigrantes italianos en la Argentina habían traído, en los primeros años de 1V centuria a cuyo medio nos aproximamos ya, algunas costumbres repugnantes, propias de ciertos seres verdaderamente «incivilizados”, y que practicaban en las clásicas cortinas de Buenos Aires. Hay que tener en cuenta que estos hombres, que en dichos años ganaban mucho dinero, no temían tampoco perder grandes sumas en una sola noche.
Los hábitos aludidos consistían en reunirse varios «paisanos», en una cantina, los sábados y domingos, y entretenerse apostando a quien «bebía y comía más”. La satisfacción de la deuda correría por cuenta del perdedor. Y así comenzaban a beber y beber, y comer y comer, hasta que caían, terriblemente borrachos, al suelo, o, retirándose, devolvían las enormes cantidades de alimento ingerido.
Por fortuna, estas costumbres se han ido eclipsando ya en nuestro país. Quedan, empero, rezagos de ellas, rescoldos, si se permite llamarlos así. Estas últimas muestras de la barbarie antigua deben, en nombre de la salud, la cultura y el progreso, ser totalmente desterradas.