En la antigüedad, el helado era una mezcla de nieve, miel y jugos de frutas. Quien lo había descubierto era Nerón, que se alimentaba de golosinas. Hoy en día la elaboración de helados se realiza a escala industrial, con gigantescas cadenas de producción que permiten llegar a cada localidad y población. Con el calor y el agotamiento, el organismo humano dirige su atención a los alimentos fríos.
Y, obviamente, antes que ninguno, a los helados. El helado, tal como lo conocemos hoy, fue inventado hace un buen número de años por sicilianos y napolitanos. Surgió como postre, dulce, pero hoy, en cambio, se concibe como manjar diario para tomar a cualquier hora y es también complemento de la comida.
El helado es higiénicamente perfecto: está fabricado con materias primas genuinas altamente energéticas y representa un verdadero “alimento completo”. Está formado por sustancias de fácil asimilación. Desde el punto de vista químico, encontramos en el helado leche pura, pasteurizada, con la adecuada adición de sustancias proteicas, azúcares, vitaminas A y B, en ocasiones vitamina C (si el helado contiene jugo puro de limón, naranja o de fruta en general), grasas y minerales (calcio, fósforo, hierro y otros).
Un estudio detallado sobre el helado suministrado en los centros hospitalarios, realizado por equipos de expertos gastroenterólogos, ha llevado a consideraciones concluyentes bastante favorables sobre el helado como alimento.
En esos centros se distribuye con la dieta normal a convalecientes, ancianos, enfermos del estómago y de los intestinos. Sobre todo en el ámbito geriátrico, el helado ha demostrado ser útil y fácilmente asimilable. Ciertos inapetentes crónicos, como enfermos del pulmón, corazón, estómago, colitis, encuentran en el riquísimo alimento de verano un valioso integrante de la alimentación común.
Se llega a suministrar a estos enfermos 200 gramos de helado, que, sumados a la dieta habitual, contribuyen a desplazar la aguja de la balanza, cuando ésta es reacia a moverse.
Hay quien teme que la delicada mucosa gástrica, en contacto directo con sustancias demasiado frías, pueda tener una reacción indeseable. Pero, en realidad, sucede lo contrario.
El frío no produce daño alguno sino que, por el contrario, en algunas gastritis crónicas y hasta ulcerosas ejerce -además- una pequeña acción terapéutica. Es decir que el helado, en esos casos, cumple la función de la congelación gástrica que, a menudo, utilizan los gastroenterólogos para descongestionar la mucosa gástrica inflamada o corroída.
El helado, por lo tanto, sirve en esas situaciones excepcionales como medio terapéutico a la vez que resulta un verdadero alimento.