Desde los tiempos más remotos de la antigüedad, han sido innumerables las opiniones y creencias sobre las ventajas e inconvenientes que el vino aporta a la salud física humana. Algunas expresaban un sentimiento de culpa por una antigua condena de todo placer humano, y otras la tendencia innata a encontrar una justificación al uso de lo que se presume dañino, pero a lo que no se quiere renunciar.
Desde este punto de vista, hay que meditar sobre lo que en la antigüedad se decía sobre el vino. Por ejemplo, un antiguo médico y matemático, Avena, llamado el “príncipe de los médicos”, aconseja reservar el vino sólo para los hombres de espíritu, negándolo a los estúpidos. Por su parte, el médico personal de Luis XVI escribía textualmente:
El vino vivifica el corazón en todos los sentidos, elimina la tristeza, mantiene la tibieza, calienta el estómago, concilia el sueño. Disminuye los líquidos corporales y los hace expulsar del organismo.
El conde boloñés Leonardo Fioravanti, cirujano del siglo X V I, pasó a la historia por haber luchado contra las sangrías, que increíblemente recomendaba reemplazar por aplicaciones de vino tinto . Este ocurrente noble daba una receta de cosmética femenina que resumía más o menos así:
Cuando la mujer quiere estar bella, que busquen ante todo estar alegre, porque la alegría de corazón da buena apariencia al rostro. Y para estar bella y llegar a ser tan bellísima de cara, no será malo aconsejar que beba un poco de buen vino que sirva para serenar su espíritu y dar color a su rostro.
Por otro lado, el poeta Timoteo afirmaba:
¡Desconfía siempre de quien bebe solo y únicamente agua! Toma un poco de vino para sosegar tu ánimo, despertar tu apetito y curar tus otras afecciones.
Y fue otro poeta, el gran Horacio, quien afirmaba textualmente:
¿Quién, después de beber vino, charlar de cosas míseras, de pobreza, de angustia vital?
Como vemos, el vino inspira en la antigüedad todo tipo de reflexiones y no menos incoherencias. Pero, opiniones al margen, refiriéndonos a la acción general, dietética, en el organismo (en los diferentes órganos y aparatos), es preciso decir que el vino forma parte de la farmacopea oficial. Médicos y dietólogos no dudan en usar el
vocablo hemoterapia, cura del organismo mediante la ingestión de buen vino.
Hablando de enoterapia desde el punto de vista rigurosamente médico, hay que hacer una clara distinción cuando se habla de vino. Los médicos afirman en gran parte que existe el “vino alimento”, el “vino fármaco” y el “vino veneno” . En esta distinción está implícita la concepción de calidad, pero, sobre todo, la de cantidad de vino bebido. Una enoterapia dosificada es, sin duda, útil al organismo; por el contrario, una “ terapia choque” , a dosis masivas, es claramente negativa sobre órganos nobles como el hígado, el cerebro, el aparato cardiovascular, el sistema nervioso periférico, etcétera.
En lo relativo a la calidad, hay que precisar qué se entiende por vino desde el punto de vista médico, dietológico, terapéutico.
Al vino, técnicamente lo definiremos como un producto de fermentación alcohólica obtenido del mosto de uva fresca o ligeramente pasada, sin adición de sustancia ajena alguna, a excepción de las usadas para los tratamientos tecnológicos permitidos, dentro de ciertos límites, por la legislación vigente. Todo vino tiene sus características particulares.
Tiene su color, por el que se divide en las tres categorías de blanco, tinto y rosado, y su transparencia, que expresa el grado de conservación y estabilización; su olor, a través del cual hay quien logra deducir posibles alteraciones; tiene su sabor, en relación con el grado de fermentación acética (acidulado), con la cantidad de tanino (áspero), con la presencia de ácido carbónico, por ejemplo.
Según el tipo de vino, varía también su composición química. El vino genuino debe tener características precisas. Se suele decir que cada viñedo, cada vida, cada racimo de uva expresa las características del suelo, de la tierra de la que procede.
En lo referente a la cantidad de vino que el médico puede aconsejar, es clásico el criterio de “un cuarto en la comida”. Naturalmente, esta dosis está en relación con la edad de la persona y con su tamaño, ya que el estómago asimila
muy rápidamente el alcohol, en unos quince minutos, y después lo hace el intestino delgado. De aquí llega, a través de la sangre, en poco tiempo, a la periferia y prácticamente a todos los órganos.
No hay duda, y todos pueden comprobarlo en persona, que la ingestión de un buen vino acelera la diuresis. Así que el vino sirve a los enfermos crónicos de riñón y a quienes sufren una insuficiencia cardíaca que los lleva a acumular agua y sangre en los riñones llamada éxtasis renal.
La activación de la diuresis supone la rápida eliminación de una abundante cantidad de orina.
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