El limón es una de las frutas más interesantes de nuestros alimentos, uno de sus atributos son los relacionados con ser un desinfectante y cicatrizante, en este caso, un uso que suele desaprovecharse del limón y que es sin embargo probadamente útil es para las heridas en general.
La capacidad ácida del limón tiene la propiedad de contraer los vasos sanguíneos, y ejerce efectos desinfectantes y cicatrizantes. Hay ocasiones en que en el hogar faltan los artículos indispensables de botiquín, el alcohol, el agua oxigenada, y no se piensa en que un modesto limón puede salvar el apremio del instante.
Claro está que en toda casa debe procurarse que haya por lo menos lo indispensable para el tratamiento rápido de heridas, pero la imprevisión suele ser condición inseparable de la naturaleza humana, por lo que destacamos el auxilio del limón ha dicho efecto.
El limón y los males genésicos
Uno de los puntos más discutibles de la teoría de Capo es que el limón por si solo pueda curar las enfermedades del sistema genésico: blenorragia, lúes… Este autor lo afirma con rotundidad para un enfermo someterse al tratamiento empírico del limón, cuando su mal trabaja dentro, la lúes ha llegado a ser estacionada, sí «—no curada—, y la blenorragia ha podido vencerse pero esto lo ha hecho la medicina responsable, no los mismos afectados.
De ahí que comporte alto peligro propagar esta clase de doctrina. Lo que debe hacerse lo que debieran hacer cuan los escriben libros sobre plantas medicinales y remedios de la naturaleza, sería inculcar en sus lectores la convicción de que el organismo humano es una cosa mucho más compleja que lo que ellos mismos pueden sospechar, que hay cien enfermedades con los mismos síntomas, y que médico, ante su paciente, pesa, mide y aquilata todas las circunstancias, reflexiona, y duda más de lo que parece, a pesar de sus años de Facultad.
Claro que el médico no se irá casi nunca sin diagnosticar, aunque muchas veces diagnostique eventualmente, porque no se ha podido dar cuenta exacta del mal, pero lo que el doctor profano debe pensar es que si a veces un caso provoca polémicas, consulta de especialistas errores en les mismos profesionales, por lo arduo que es de diagnosticar con acierto, cuánto más difícil será al que nada sabe conocer qué le aqueja.
Hay miles de libros de medicina casera, que recomiendan tal remedio para tal afección, y tal otro para la de más allá, y cuál para aquella tercera. Muy bien. Pero falta saber de qué se trata, antes de poner manos a la obra. Si alguien siente dolores en el abdomen, por ejemplo, y recurre a un libro de medicina casero, habrá mil ilusiones para los males de estómago, de hígado, para el apendicitis. . . Mas, ¿está seguro de que ha auto diagnosticado bien su enfermedad? ¿está seguro de que es el hígado, al cual comienza a tratar?… ¿Y si fuese el apéndice? Un libro de medicina rasera no puede diagnosticar, no puede decir «se trata de esto» o «se trata de aquello». El diagnóstico queda en tales casos por cuenta y cargo del lector, del paciente… Así sucede siempre… Y los autores de la medicina natural o empírica no cuentan jamás al médico en sus cálculos… Se ciñen a preconizar tratamientos, a dar consejos, a evacuar soluciones infalibles, contribuyendo a crear en el lector el desprecio del facultativo.
Sí, como suena: el desprecio del facultativo, a quien el lector concluye por conceptuar inferior, incapaz de toda acción eficiente. Por ello se llama al médico en última instancia, cuando se han ensayado todos los medios posibles, incluso «el curandero» y «el diagnóstico del médium”.
En una de las novelas de Pitigrilli en Dolicocéfala rubia, presenta el autor a un curandero, que habiéndose recibido en la Facultad y obtenido el diploma de doctor en medicina se convenció de que si abría un consultorio de mano santa, sus finanzas iban a irle mejor que con la chapa de bronce a la puerta ostentando su título profesional.
Este médico curandero atendía a las personas y si, por ejemplo, un paciente venía a quejarse de dolor de cabeza, él iba silenciosamente a la trastienda, machacaba en un mortero una vulgar aspirina, hasta que ésta quedase reducida a misterioso polvillo blanco, y luego, con los exorcismos consabidos, daba al atribulado enfermo el remedio.
La curación «milagrosa», secundada de la fe, de la sugestión del operador sobre el enfermo, maravillaba al pobre diablo, que se convertía en un férvido propagandista de las bondades del manosanta. Hasta que al fin, después de muchas vueltas y aventuras, el médico curandero es sometido a proceso, por ejercicio ilegal de la medicina.
Circunstancias especiales su situación económica, el hecho de nacer su hijo en los mismos instantes del proceso, le hacían indispensable recobrar su libertad, se defiende primero por medios indirectos, sin “confesar» que es médico. Los jueces lo apuran… Se ve perdido… Tiene que salvarse, tiene que ser libre para mirar por su hijo, por su mujer… Una lucha moral terrible se opera en el pecho de aquel pobre hombre.
Al fin, perdida toda esperanza, (confiesa que no es curandero, que es médico, que no ha ejercido nunca ilegalmente la medicina, que puede ostentar su título habilitante, Sabe que se arruina, que ya no visitarán su consultorio de manosanta los numerosos clientes de antes. ¡Y es verdad! Salvado en el proceso, pero conociendo todos que es médico, no curandero, no solicitan más sus servicios.
He aquí una realidad social que en un principio mueve a risa pero que encoleriza después… El pueblo tiene más confianza en los curanderos que en los médicos. La literatura se ha ensañado siempre con ellos declarándolos ineptos… Se les consulta a último momento, y si el paciente muere recae la culpa sobre sus espaldas, y si salva la Providencia se lleva los laureles. Claro que no todos los curanderos son médicos, sino vulgares charlatanes.
Si lo fueran, otro sol brillara.. Pero el 50 por ciento de las masas populares arriesga su salud y su vida en las manos irresponsables de los explotadores de la credulidad ajena, de la ignorancia de las esferas humildes. Otros, los que siguen la doctrina del espiritismo, cuando sienten un síntoma de enfermedad, un dolor cualquiera, en vez de acudir a quien deben, al profesional, que se responsabiliza de lo que hace, recurren al consejo de un médium, en una sesión espiritista.. Y se dejan llevar por las indicaciones, como si las mismas proviniesen de una fuerza omnipotente y superior. ..
Por eso exhortamos a los naturistas, a los partidarios de la naturaleza, de las plantas medicinales, que no contribuyan a crear en el grueso público el amor por el curanderismo, la confianza en los manosantas, sino que propaguen el principio de que todo remedio natural, en las afecciones que pueden agravar, debe realizarse bajo la vigilancia y con la anuencia de un facultativo.
Y luego de esta digresión, que si nada tiene que ver con el limón, propiamente dicho, es necesaria, volvamos al objeto de nuestro libro, para indicar las formas cómo puede el limón introducirse en el consumo hogareño.