
Uno de los problemas que más hondamente han agitado la conciencia humana, en todos los tiempos, es la longevidad. El hombre ha tratado de extraer de la naturaleza el secreto de la eterna juventud, sin pensar en que la vida, fatigosa y trabajosa, se tornaría insoportable para los que permanecieran en ella muchos años. Pero la reflexión nada hace a este anhelo de la humanidad por alargar sus días. «Hambre de inmortalidad”, según Unamuno, en el sentimiento trágico de la vida, es la que experimenta el hombre.
Hambre de inmortalidad que le ha hecho concebir la idea de la supervivencia del alma después de la muerte, de las transmigraciones de la misma a otros cuerpos orgánicos metempsicosis, hambre de inmortalidad que da pábulo a todas las teologías existentes sobre la superficie del mundo. Para Spinoza. «cada cosa, en cuanto es en sí, trata de perseverar en su ser. Y el esfuerzo con que cada cosa trata de perseverar en su ser es la esencia misma de cada cosa».
Hay espíritus idealizadores, que se contentan con la inmortalidad del alma. Otros, más positivos en su aspiración, no se allanan a vivir una vida posterior sin el recuerdo de la vida precedente. Y no se allanan a eso porque piensan, con harta razón, que una vida sin conciencia de la vida anterior no es su vida, sino otra vida. Y los hay que desean prolongar lo más posible su existencia actual, entubados en el cuerpo físico con que caminan y respiran y sufren y sienten. Es ésta una especie de hipertrofia (agrandamiento) del instinto de conservación que hace a cada criatura organizada aferrarse violentamente a su vida personal.
Esta aspiración universal de “persistir en su ser”, de seguir siendo, se halla ya en la mitología griega en el episodio de la ninfa Juventa, cambiada por Júpiter poderoso en fuentes cuyas aguas poseían la envidiable virtud de rejuvenecer a quienes tomasen en ellas un baño vivificante.
En 1756 vio la luz un libro titulado: Macrobiótica o arte de alargar la vida. Lo firma G. W. Húfeland. En 1873 apareció otro, llamado: De la longevidad humana, o el aire de conservar la salud y de prolongar la vida. Era de P. Foissac. Por su parte, Juan Finot, miembro de la academia de ciencias de Lisboa, de la academia de Rio de Janeiro y otros institutos extranjeros.
Se ha visto solicitado de continuo por el problema de la vejez, lo que dejan traslucir sus libros: Prolonguemos la vida y Filosofía de la longevidad, donde analiza las causas y los remedios que a su juicio entran en el juego del asumo que nos ocupa. El mismo Vorónov, cuyos trasplantes de glándulas son universalmente conocidos, y que en la hora actual está en Francia, ha dejado al respecto sus teorías, que la prensa universal acogió.
Hay más aún. A Guéniot, sabio francés miembro de la Academia, tiene su libro Para vivir cien años, o el arte de prolongar sus días. Es curioso hacer notar que este médico pasó su siglo de existencia. Predica, pues, con el ejemplo. Y, por fin, Mechnicov, Lajovski, etc., etc., se han preocupado por la duración de nuestra existencia.
Uno de los factores a los que en los últimos tiempos se ha atendido más, con respecto a la prolongación de la vida, es el de la alimentación. Ya Finot escribía, en su ¡Prolonguemos la vida!:
«Es necesario, ante todo, mascar muy bien los alimentos y beber muy lentamente. Considerado desde ese punto de vista, el hombre de hoy, pese a todos sus progresos se asemeja,’ de un modo asombroso, al de las cavernas. Y no sólo comemos y bebemos dos o tres veces más de lo que el organismo requiere, sino que lo realizamos en forma defectuosa, con lo que nos acarreamos la ruina y el cansancio de los intestinos, provocando enfermedades que precipitan la vejez»
En otra parte de su libro:
«Es indispensable, pues, cuidar que los intestinos no estén recargados por los residuos de una alimentación demasiado abundante que saturen de grasas al organismo y vicien su funcionamiento.»
«Es preciso no hacer abusó de los alimentos y, especialmente, huir de los excitantes, los cuales nos obligan a consumir el doble o el triple de la cantidad que exigen nuestras verdaderas necesidades.»
«Y cuando este fenómeno se produce debemos, bien sea mediante una redoblada actividad muscular o bien mediante cualquiera de los muchos remedios de que disponemos, volver el equilibrio al organismo.»
Más adelante recomienda:
«Hagamos examinar, a lo menos una vez en el año, los residuos de nuestro organismo, con el objeto de encontrar en ellos la indicación de nuestro estado.”
«De tal modo sabremos cuáles son los alimentos más propios para nuestro organismo; los defectos de cada uno de ellos y los beneficios o perjuicios que pueden acarrearnos. Ya descubierto el enigma de la alimentación examinaremos su funcionamiento como quien examina un reloj y observa y corrige la marcha de sus engranajes».
En Norteamérica, un profesor de la Universidad de Columbia, nos referimos a Mr. Henry Clapp Shérman, ha hecho importantes investigaciones con respecto a los problemas de la alimentación y la prolongación de la existencia humana.
Ayudado por H. L. Cámpbell, otro sabio, Sherman quería, según se desprende de sus mismas declaraciones:
“Determinar, tomando como base una alimentación y unas condiciones de nutrición normales y adecuadas, la probabilidad de crear, mediante mejoras en la misma, una prolongación indefinida de la longevidad».
Estos investigadores realizaron comprobaciones en ratas sometidas a distintos regímenes alimenticios.
Por su parte, Eustaquio Abad Corrales, naturista residente en Cuba, escribía en la ya citada revista Próvida:
“Se abusa de la alimentación porque creemos que vivimos para comer, en lugar de comer para vivir. Casi todos los individuos de la especie humana comen con exceso, por más que se figuren que tan sólo comen lo necesario, y esa super alimentación ocasiona un tormento al estómago durante toda la semana, llegando a fatigarlo y debilitarlo para una digestión adecuada. Además de la excesiva comida, en las mesas bien servidas no falta el alcohol, que paraliza las defensas orgánicas. Con el estómago debilitado por excesos gastronómicos, también se debilita el páncreas los riñones y los intestinos, produciendo un estado permanente, de intoxicación. A consecuencia de ello viene el artritismo, que tiene sus manifestaciones y modalidades en la obesidad, la esclerosis y el reumatismo articular. Con la obesidad el cuerpo se deforma y se manifiestan trastornos en la circulación que hacen envejecer al que los sufre. Con la obesidad tampoco puede funcionar normalmente el corazón: las arterias se ponen rígidas al perder su elasticidad, y llegado este caso se acelera el desgaste de los tejidos a causa de la lentitud con que se verifica el riego sanguíneo. Las funciones cerebrales se debilitan y con ello las facultades intelectuales».
Por último digamos que, pese a todo lo escrito y experimentado, la ciencia de la nutrición no ha dado con la llave para prolongar decididamente la existencia, aunque es posible que algún día lo logre, y de todos modos el cuidar los alimentos es siempre un factor de salud, lo que equivale a decir un factor de prolongación de nuestros días.