Hubo épocas en que la obesidad era un signo de buena salud, un indicio de la buena situación económica del individuo e incluso un atributo de belleza. Desde Hipócrates y durante cientos de años, los médicos habían notado que los sujetos obesos tenían menos riesgo de contraer enfermedades que los delgados, aunque cabe destacar que la mayoría de enfermedades mortales eran de origen infeccioso y por tanto no se había constatado la asociación de obesidad con enfermedades degenerativas.
Existen todavía sociedades en las que la obesidad sigue representando una cualidad, pero no es así en las llamadas sociedades occidentales, donde la obesidad se ha convertido en un serio problema. Las compañías de seguros de vida fueron las primeras en llamar la atención sobre la relación existente entre un peso excesivo y el aumento de la tasa de mortalidad.
Así, en las estadísticas de la Metropolitan Life Insurance se observa que la mortalidad de la población comprendida entre los 20 y los 64 años es 50% más elevada entre los sujetos con sobrepeso que entre los que tienen normopeso (Mayer, 1953). Este aumento en la mortalidad ha justificado el que se haya llegado a llamar a la obesidad el «problema número uno de la nutrición», y también el «principal problema de la salud pública» en los países occidentales.
A la alarma inicial ha seguido una actitud más prudente, considerando que no siempre ni cualquier forma de obesidad comporta un incremento de la tasa de mortalidad. Los cambios en el enfoque médico sanitario, debidos a numerosos estudios epidemiológicos, han permitido constatar que sólo cuando la obesidad supera el 30 % del llamado «peso ideal», aumenta el riesgo de padecer determinadas enfermedades que incrementan la tasa de mortalidad de la población obesa.
Junto al incremento de la tasa de mortalidad, hay que destacar la morbilidad que conlleva la obesidad cuando supera unos determinados límites de exceso de masa adiposa, que de manera convencional se han establecido en el 30 % del peso ideal. Los su jetos que superan este grado de sobrepeso son más propensos a presentar una serie de afecciones crónicas como la hipertensión, la diabetes, la gota, la insuficiencia cardíaca o la insuficiencia respiratoria que más adelante serán ampliamente comentadas.
Otro motivo de preocupación es que el número de individuos obesos se ha incrementado notoriamente en las sociedades industrializadas, donde el consumo de alimentos es desproporcionado a las necesidades de los individuos. La desproporción estriba tanto en la cantidad de alimentos ingeridos como en la calidad de los mismos.
La cantidad de alimento ingerido suele ser superior a la necesaria
Y entre los alimentos que integran la dieta acostumbran a predominar los carbohidratos (azúcares refinados y harinas) que contribuyen notablemente al acumulo de grasa.
Además, otros factores han favorecido el incremento de este trastorno durante las últimas décadas, como por ejemplo la mecanización del mundo en que vivimos que conduce a un mayor sedentarismo y un menor consumo calórico para mantener el peso corporal, la difusión de productos alimenticios a través de los medios de comunicación, productos que no siempre son los más adecuados para consumir, y los cambios en los patrones de actividad física.
Dado que la obesidad se considera como una situación no deseable ni desde el punto de vista médico ni desde el ángulo social, constituye un motivo de preocupación tanto colectivo organismos responsables del área de salud—, como individual —sujetos obesos o personas relacionadas con ellos.
Con los conocimientos que poseemos actualmente se distinguen diferentes formas de obesidad y, por ello, se considera bajo la categoría general de síndrome, que puede ser producido por diferentes etiologías: enfermedades endocrinas, trastornos metabólicos, ingesta excesiva, trastornos psicológicos acompañados de hiperfagia, lesiones hipotalámicas, etc.
Sea cual sea la etiología determinante, el síndrome de obesidad se caracteriza por una excesiva acumulación de grasa que se traduce en un aumento de peso por encima de los límites deseados.
Cuando la obesidad es importante el aumento de peso no se debe únicamente a un excesivo acúmulo de grasa sino también a un incremento del tamaño de los órganos internos (corazón, hígado, bazo, riñones, etc.) (Naeye, 1970). Las enfermedades endocrinas son responsables de la obesidad en un contado número de casos. La gran mayoría de obesos lo son porque ingieren o han ingerido cantidades elevadas de alimento, acompañándose o no esta ingesta exagerada de trastor nos psicológicos.
Muchos obesos también tienen antecedentes familiares de obesidad
Por lo que se piensa existiría una predisposición genética, predisposición que ha sido claramente demostrada en los animales. En el síndrome de obesidad aparecen una serie de alteraciones o trastornos del normal funcionamiento metabólico y hormonal del organismo. Estos trastornos afectan las vías metabólicas de los lípidos y de los carbohidratos, así como también las del metabolismo energético.
Entre las alteraciones hormonales la más llamativa es la hiperinsulinemia, muy frecuente en los sujetos obesos y posiblemente coresponsable de la obesidad y de las alteraciones del metabolismo hidrocarbonado que aparecen tardíamente en este síndrome. Consecuencia de los trastornos me- tabólicos y hormonales son una serie de afecciones que pueden catalogarse en el campo de las enfermedades metabólicas.
Otras enfermedades, respiratorias o cardiocirculatorias que aparecen ligadas a la obesidad, son favorecidas por alteraciones anatómicas y funcionales de diferentes órganos o aparatos a causa del excesivo acumulo lipídico. En la obesidad se han ensayado múltiples tratamientos sin que hasta el momento presente se haya conseguido hallar el ideal. La base del tratamiento de la obesidad suele ser la restricción calórica, limitando el número de calorías aportadas en la dieta.
Alrededor de esta base terapéutica se han ensayado múltiples terapias coadyuvantes
Desde la administración de drogas anorexígenas y/o con efectos lipolíticos hasta la acupuntura, las terapias de apoyo, el ejercicio físico, etc. En la mayoría de los casos estas terapias solas o combinadas consiguen éxitos transitorios y sólo raramente el éxito es definitivo.
En las grandes obesidades el tratamiento quirúrgico ha demostrado ser sólo una solución parcial, puesto que consigue disminuir o anular la obesidad, pero conlleva una serie de riesgos que lo hacen desaconsejable como tratamiento generalizado.
La modificación de conducta ha incorporado en los últimos 20 años estrategias de tratamiento destinadas a modificar fundamentalmente los hábitos alimentarios y patrones de actividad física de los individuos obesos, con el fin de incrementar la pérdida de peso así como favorecer el mantenimiento de dicha pérdida.
La utilización continuada de los procedimientos conductuales como estrategia única de tratamiento o como tratamiento coadyuvante en función del grado de obesidad, ha mostrado que se reduce de forma significativa las tasas de abandono, que las pérdidas de peso obtenido durante el tratamiento se mantienen hasta por lo menos 1 año después de finalizado el mismo, que en un 25 % de los casos se sigue perdiendo peso después del tratamiento y que los sujetos mejoran notablemente su funcionamiento psicológico.
Sin embargo, al igual que con otras formas de tratamiento, los resultados obtenidos por la modificación de conducta no son concluyentes, persistiendo la necesidad de, por un lado, identificar las variables predictoras del éxito de tratamiento, y, por otro, diseñar procedimientos que incrementen el mantenimiento del peso perdido. Este libro intenta reunir de una manera sencilla y esquemática los principales conocimientos sobre el tema de la obesidad.
Se discuten las posibles etiologías, las formas de evaluación, las enfermedades asociadas, los distintos métodos utilizados y/o utilizables en el tratamiento y también los éxitos y los fracasos del mismo. Se intenta enfocar el tema de la obesidad de forma global abarcando los aspectos biológicos y psicosociales conjuntamente.
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