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Como prevenir la obesidad marcándote unos objetivos

El tratamiento de la obesidad persigue básicamente la reducción del contenido adiposo del organismo obeso. Si el exceso de masa adiposa es secundario a una afección endocrina o a lesiones hipotalámicas, el tratamiento indicado es el de la enfermedad causal.

En las obesidades asociadas a malformaciones genéticas, así como en las obesidades familiares y en las secundarias a una ingesta excesiva, el tratamiento sólo puede ser sintomático, sin que la causa, conocida o desconocida, pueda ser abordada desde el punto de vista terapéutico.

La obesidad se puede tratar en clínicas especializadas

Además de la reducción ponderal

El médico generalista o el especialista debe considerar la posible existencia de complicaciones o enfermedades asociadas, con objeto de proceder también a su tratamiento. En este capítulo analizaremos las diferentes formas de tratamiento sintomático de la obesidad, es decir, los métodos o procedimientos utilizados para reducir el contenido de masa adiposa, independientemente de las posibles causas de este trastorno.

En general, los diversos métodos se basan en dos premisas fundamentales: a) La reducción del contenido adiposo puede conseguirse mediante una disminución del aporte calórico habitual, ya que éste obliga a consumir reservas energéticas almacenadas en el tejido adiposo. b) La reducción del contenido adiposo puede conseguirse también aumentando el consumo energético, ya que esto condiciona una mayor utilización de las reservas almacenadas en forma de grasa.

Estas dos premisas son ciertas para cualquier individuo, pero no de una forma matemáticamente igual. Es decir, una misma reducción en el aporte calórico no garantiza un mismo consumo de reservas —grasas— en todos los individuos; y de la misma forma, un determinado consumo energético puede movilizar diferentes proporciones de reservas adiposas según el sujeto (Hirsch, 1978).

Los alimentos que diariamente consumimos son la única fuente de sustratos calóricos de que dispone el organismo humano. Así, para disminuir el aporte calórico ha de reducirse la cantidad de alimentos ingeridos o bien han de ingerirse alimentos de bajo contenido calórico. Para elaborar una dieta hipocalórica es preciso conocer cuál es el aporte calórico mínimo que necesita un sujeto para mantener peso —si de trata de un adulto— o para aumentarlo dentro de los límites fisiológicos si se trata de los períodos de crecimiento.

Las necesidades calóricas habituales varían de un grupo social a otro y de un país a otro, pero en general se establecen unas pautas aceptadas universalmente y que con pequeñas diferencias se sitúan alrededor de los valores que se recogen en el apartado 5.2. Juntamente con las necesidades energéticas normales hay que tener en cuenta cuál es el déficit energético que se persigue. Según Garrow, este déficit ha de ser por lo menos de 500 calorías por día para que se evidencie una pérdida ponderal (Garrow, 1982).

Los medios de que disponemos para conseguir una disminución del aporte calórico pueden resumirse en cuatro grandes apartados:

1. Dietéticos: elaboración de dietas reguladas para un aporte calórico deficiente.

2. Psicológicos: dirigidos a modificar la conducta alimentaria.

3. Farmacológicos: constituidos por los llamados fármacos anorexígenos.

4. Quirúrgicos: destinados a disminuir la ingesta o la absorción alimentaria.

La obesidad puede ser debido a la conducta

 

Aumentar el consumo energético se consigue por métodos fisiológicos

Bien por procedimientos farmacológicos. Puesto que parte del gasto energético se deriva de las necesidades del organismo para realizar actividades físicas de mayor o menor intensidad, los métodos fisiológicos para aumentar el consumo energético se basan en potenciar las actividades corporales, desde la marcha a cualquier tipo de deporte.

En cambio, los procedimientos farmacológicos suelen ir dirigidos al consumo energético basal, aumentando la actividad lipolítica en el tejido adiposo (anfetaminas, gonadotropina coriónica) o a incrementar la pérdida energética en forma de calor (hormonas tiroideas) basándose en que habitualmente una parte de la energía producida en el organismo no puede ser utilizada y se pierde en forma de calor.

Antes de entrar en detalle sobre las distintas pautas terapéuticas utilizadas hasta el momento presente para corregir la obesidad debemos señalar que ninguna ha conseguido solucionar el problema de la recidiva. De hecho, el tratamiento de la obesidad debería no solamente reducir el exceso ponderal del paciente, sino conseguir que esta reducción se mantuviera.

En realidad una proporción importante (casi el 75 %) de pacientes obesos que por alguno de los métodos terapéuticos consigue momentáneamente eliminar el exceso de masa adiposa vuelve con el tiempo a su condición de obeso (Jaccard, 1981).

Únicamente el tratamiento quirúrgico con bypass intestinales es capaz de garantizar una reducción mantenida de peso, pero los inconvenientes y la patología asociada a esta forma de tratamiento lo desaconsejan a no ser en situaciones extremas. Por estas razones hay que señalar que en la actualidad no disponemos de un método seguro y con poco riesgo para tratar la obesidad.

La asociación de procedimientos dietéticos, psicológicos y/o farmacológicos suele ser la más utilizada, y acostumbra a producir más éxitos que un procedimiento terapéutico aislado. Sin embargo, tampoco garantizan que el paciente obeso va a dejar de serlo para el resto de su vida.

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