Marcel Proust, en su Recherche, se analiza a sí mismo en profundidad en cada momento de la vida cotidiana. Y, refiriéndose al alimento, describe todos los sentimientos que experimenta cuando va a tomar un exquisito desayuno. Dice textualmente:
He llevado a mis labios una cucharada de té caliente y dulce, donde había dejado un trozo de dulce. Pero en el instante mismo en que mi garganta entraba en contacto con el dulce, mi paladar se sobresaltaba, atento a lo que de extraordinario me sucedía. Un placer infinito, delicioso, me invadía, sin que pudiese darme cuenta de ello.
Nos parece que estas palabras definen la psicología del placer de comer, de la gula innata en el hombre, y bastante más en los niños. Es que a la hora de comer existen dos tipos de problemas, el del no apetito y el del apetito desmedido.
Inapetencia
¿Quién no presenció alguna vez esa tragicomedia familiar que tiene lugar en tomo a la mesa, cuando el niño se resiste a probar bocado? Toda la parentela en escena dispuesta a improvisar el show, intentando hacer comer al “pequeño monstruito”, recurriendo a todo truco, queriendo demostrar que los demás, todo el coro que lo rodea, encuentran buenísimo el puré y son “mejores” que el nene “malo” porque se lo comen o fingen hacerlo.
El chico cae en el engaño una vez de cada cien, y no cede a las mentirijillas o a la duda moral de ser “peor” que los otros.
Es la habitual demostración de la astucia infantil ante la representación, ingenua y conmovedora, de los padres.
Pero, dejando de lado la comicidad, queda el hecho desconcertante y preocupante (más para la madre que para el médico) de que, efectivamente, el niño “no come” . No comiendo, ni crece ni sube de peso. Es el momento de la competencia entre las madres: El mío pesa ocho kilogramos y pico; el suyo, diez y medio (y nació más tarde); el de la vecina, ¡dieciséis! La salud, en suma, se rinde ante la creencia popular de que cuanto más gordo, más hermoso y sano es el niño.
Más allá de esta convicción difundida entre las mamás, sólo es válido el juicio del médico y del pediatra, que consideran todo el organismo en su conjunto. En suma, tienen en cuenta al niño en sí, sin preocuparse de las apariencias.
Naturalmente, el médico tampoco descuida la balanza, modificando las dietas cuando son cualitativamente deficientes. El problema del apetito, o mejor, de la falta de apetito, que en Medicina se llama anorexia, existe y atrae a menudo la atención del médico. Recordemos lo que afirma al respecto un famoso pediatra:
El factor ambiental y el clima, psicológico en el que vive se muestran como factores determinantes en el niño que no come. Y parece cierto que la anorexia infantil afectaría sólo a determinados estratos sociales (en general, clases acomodadas e intelectuales), donde abundan los caprichosos. El entorno familiar se equivoca por completo de táctica, porque el niño, que jamás moriría de hambre por su cuenta (a menos que esté realmente enfermo algún órgano), se dedica a comer por sí mismo cuando ve que nadie se ocupa ya de él.
Una prueba de esto la da el hecho de que el mismo chico inapetente, alejado, sustraído del afecto irracional y neurótico de las madres (que sobre todo se apoyan en los hijos únicos), se dedica a comer tranquilamente, como los demás. Así vemos cómo entre sus pares, viendo a sus compañeros del jardín de infancia comer sin hacer tantas historias, quiere entrar en el juego, esta vez con una imitación sana, deportiva, de emulación. Por lo que el jardín de infancia funciona como elemento transformador no sólo para el chico, sino también para la madre.
Enfermedades por falta de alimentación
Cuando la anorexia infantil no depende de una verdadera enfermedad orgánica (del aparato digestivo, hígado o páncreas) y cuando no se puede atribuir a un exceso de vitaminas, la batalla es siempre de índole psicológica. El chico, caprichoso ante los padres y que está habituado a comportarse así por el ambiente que lo rodea, tiene todos los requisitos para convertirse el día de mañana en un “adolescente difícil”.
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La anorexia no se refiere tan sólo a los niños. Se da con frecuencia en los adultos, como síntoma de todas las enfermedades infecciosas o febriles (anorexia postgripal, por ejemplo), en las afecciones gastrointestinales, hepatopatías, anemias, en algunas enfermedades endocrinas como el mal de Simmonds, en el hipotiroidismo, en el mal de Addison, por insuficiencia de las glándulas suprarrenales, en las infecciones crónicas como la tuberculosis, en las nefropatías.
También falta el apetito en las intoxicaciones, como el alcoholismo y el tabaquismo. La inapetencia se da a menudo cuando subsiste una condición nerviosa débil: el neurasténico, el melancólico y el ansioso padecen inapetencia en el transcurso de sus trastornos y piden espontáneamente al médico los “pinchazos” que sirvan para estimular el apetito.
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En la actualidad, la anorexia -al igual que la bulimia, el trastorno psicológico opuesto a ella son dos problemas relacionados con la alimentación que han cobrado un sinnúmero de adeptos entre los adolescentes. La causa de origen psicológico que habitualmente se menciona es el deseo de identificarse con los esculturales cuerpos de los modelos publicitarios.
Pero, sin duda es necesario profundizar más sobre estos temas. No siempre comer significa poner fin a los trastornos psicológicos. Incluso cuando el alimento es, indudablemente, un calmante de la ansiedad por excelencia.
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