La relación entre obesidad y nivel socioeconómico fue establecida por primera vez en un riguroso estudio realizado con 1.660 personas seleccionadas como representativas de los 110.000 habitantes del área residencial de la ciudad de Nueva York (Moore, Stunkard y Srole, 1962).
Los resultados de este estudio mostraron una sorprendente relación entre la obesidad y el nivel socioeconómico de origen.
La prevalencia de la obesidad fue mayor en mujeres de clase social baja
frente a las que procedían de la clase social alta; es decir, el 30 % de las mujeres del nivel socioeconómico más bajo eran obesas, y este porcentaje tendía a decrecer a medida que aumentaba el estatus socioeconómico, observándose solamente el 4% de mujeres obesas en la clase social más elevada.
Para los hombres se dio la misma tendencia aunque con valores menos extremos. Este estudio inicial (Moore y cois., 1962) fue completado por Goldblatt, Moore y Stunkard en 1965 quienes confirmaron los datos obtenidos anteriormente y establecieron la relación entre edad, sexo y clase social con la obesidad.
Casi paralelamente, Silverston, Gordon y Stunkard (1969) presentaron resultados semejantes obtenidos sobre una muestra de sujetos de Londres; de la muestra total estudiada en Londres, el 37 % de los hombres y el 49% de las mujeres tenían sobrepeso de al menos el 20% . En ambos estudios el nivel social se asocia a una disminución de la incidencia de la obesidad.
En Londres, la relación entre obesidad y nivel socioeconómico bajo y alto para las mujeres fue de 2 a 1, mientras que en Nueva York fue de 6 a 1. Por el contrario, en Londres, los mayores índices de obesidad entre los hombres se dieron en el nivel socioeconómico medio, incrementándose la frecuencia del problema en las edades más avanzadas.
En otro estudio posterior, Rimm y Rimm (1974) analizan la relación entre el estatus socioeconómico y la obesidad en una muestra de casi 60.000 mujeres que seguían los programas de reducción de peso TOPS (Take O ff Pounds Sensibly). Los resultados mostraron una relación inversa entre la obesidad en las mujeres y el ingreso familiar, el porcentaje de mujeres obesas en el grupo con bajos ingresos económicos era del 54,1 % frente al 42,9% de la clase alta.
La obesidad entre las mujeres es proporcional a la cultura del marido
Mientras que no existía relación aparente entre el índice de obesidad y el nivel cultural propio. Desafortunadamente desconocemos datos comparables obtenidos con muestras españolas, aunque el único estudio a nuestro alcance, realizado con una muestra de escolares (Alonso y cois., 1984) aporta resultados en el mismo sentido.
En este estudio se observa que el 28,9 % de los niños de niveles socioeconómicos más bajos presentan obesidad, frente al 10,6 % de los escolares del estatus económico más alto. Asimismo, del análisis del nivel de educación de los padres se obtiene que la prevalencia de la obesidad es de 15,7 % entre los hijos de universitarios, siendo del 29% entre los hijos de los padres sin formación universitaria.
Consideramos que estos datos son en sí mismos suficientemente elocuentes pero, ¿por qué existe esta mayor prevalencia entre las clases socioeconómicas con menos recursos? Algunos autores han estudiado este fenómeno, y ya en 1966 Lewis planteaba algunas de las siguientes hipótesis:
1. La clase baja consume mayor cantidad de alimentos ricos en hidratos de carbono que aportan más calorías que los alimentos ricos en proteínas. Esto se debe al precio más bajo de estos alimentos.
2. La clase baja tiene hábitos alimenticios inadecuados y una educación alimentaria deficitaria. Esto implica una falta de criterio para la selección de los alimentos en función de su valor nutritivo.
3. La clase baja no sigue tan potentemente los dictados de la moda, ni tiene presiones sociales estéticas tan acentuadas como en los niveles socioeconómicos más elevados.
4. Las clases bajas tienden a confundir con mayor frecuencia gordura con fuerza.
5. Las clases bajas emplean menos tiempo en practicar deportes.
El incremento de la obesidad en las últimas décadas hace pensar que algunas hipótesis que acabamos de mencionar se están haciendo extensibles a todos los niveles socioeconómicos y, por consiguiente, que la educación para adquirir hábitos alimentarios sanos y patrones de actividad física, factores que analizaremos más adelante en este libro, deberían programarse para toda la población.
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