Los niveles plasmáticos de ácido úrico elevados son relativamente frecuentes entre la población obesa. Se supone que una ingesta aumentada, común en los obesos, aporta una mayor cantidad de purinas y contribuye a un incremento de producción de ácido úrico resultante del metabolismo de éstas.
Hay que prestar atención a la posible hiperuricemia del obeso, especialmente cuando se inicia una dieta de adelgazamiento. Habitualmente, este tipo de dietas restringe más el aporte de grasas y el de hidratos de carbono que el aporte proteico.
Tal vez por esta causa, o por el acelerado catabolismo proteico que se produce en los estados de adelgazamiento, el caso es que los niveles de ácido úrico tienden a aumentar, y si el paciente ya tenía tendencia a la hiperuricemia, éste se agrava.
El aumento de producción de ácido úrico hace que aumente también su eliminación renal. Entre otras medidas de precaución que deben tomarse en el seguimiento de una dieta hipocalórica está la administración
abundante de líquidos. La posible eliminación aumentada de ácido úrico es una de las causas.
Enfermedades cardiocirculatorias asociadas
Los pacientes marcadamente obesos presentan a menudo afecciones cardiocirculatorias, siendo las más frecuentes la hipertensión arterial, la insuficiencia cardíaca y la cardiopatía isquémica. La hipertensión arterial afecta más a la población obesa que a los individuos delgados. Según Berchtold y cois. (Berchtold, 1981) existe una estrecha correlación entre el grado de obesidad y los valores de tensión arterial, especialmente de la tensión diastólica.
Esta asociación se halla tanto en la población adulta como en los adolescentes y los niños (Berchtold, 1982). Además, el aumento de la tensión arterial relacionado con la edad parece que obedece al sobrepeso que acompaña el envejecimiento, puesto que en poblaciones donde no existe aumento ponderal en relación con la edad, tampoco existe elevación de las cifras tensionales (Severs, 1980).
Artaza (1976) observó, a partir de estudios intraarteriales, que un 60 % de los obesos presentan cifras tensionales elevadas y que esta elevación no es atribuible a un aumento de las resistencias periféricas. La causa de la especial prevalencia de hipertensión en los individuos obesos no es bien conocida, sugiriéndose que podría influir una mayor ingesta de sal y una mayor ingesta calórica en estos sujetos.
Por otro lado, se ha sugerido que la ganancia ponderal progresiva podría actuar como un factor de estrés. No parece, en cambio, que existan alteraciones hemodinámicas u hormonales propias de la obesidad (Messerli, 1981) que justifiquen la aparición de hipertensión. En el momento de valorar la hipertensión en un sujeto obeso, hay que tener en cuenta los posibles errores producidos por un manguito inadecuado.
Descartada esta posibilidad de error, hay que indagar posibles causas de la hipertensión y, en primer lugar, descartar la existencia de un síndrome de Cushing. Si no se hallan otras causas, es posible que se trate de una hipertensión ligada a la obesidad. En este último caso, la reducción del grado de obesidad producirá un descenso o normalización de las cifras tensionales. En los demás casos, la disminución ponderal también favorecerá la reducción de la hipertensión.
Por lo tanto, el tratamiento de elección inicial en todo paciente hipertenso con sobrepeso es el adelgazamiento, que producirá una disminución en las cifras tensionales en la mayoría de estos pacientes. La insuficiencia cardíaca es la causa predominante de muerte en los grandes obesos. Asimismo, la angina de pecho o la muerte súbita guardan también relación directa con el peso corporal, siendo más frecuentes en los pacientes obesos que en los delgados.
La prevalencia de la cardiopatía isquémica opera como factor de riesgo
(Cavallo, 1981). No todos los autores están de acuerdo sobre dicha influencia; Keys (1980) opina, a la vista de diversos estudios epidemiológicos, que la muerte por enfermedad coronaria no es superior en los obesos a no ser que se trate de grandes obesos, y que la mayor garantía de vida es estar ligeramente por encima del peso ideal.
Ahora bien, si se tiene en cuenta que la hipertensión es uno de los más potentes factores de riesgo para la cardiopatía isquémica y la insuficiencia cardíaca congestiva, y considerando su alta prevalencia en los obesos, cabe suponer que el riesgo de presentación de estas afecciones cardíacas está aumentando en la obesidad.
En el estudio de Framinghan (Gordon, 1976), uno de los más amplios sobre la epidemiología de la cardiopatía isquémica y la enfermedad arteriosclerosa, se evidenció que las personas obesas tenían una incidencia doble de infarto cerebral y de insuficiencia cardíaca congestiva que las no obesas, aunque el riesgo de enfermedad coronaria era sólo ligeramente superior.
Por otro lado se han descrito anomalías electrocardiográficas en los sujetos con obesidad masiva, aunque no evidencien clínica de patología cardiovascular. Según Eisenstein (1981), en un análisis de los electrocardiogramas de 144 grandes obesos, más del 50% presentaban un bajo voltaje del QRS y un aplanamiento de la onda T, este último hallazgo especialmente característico.
Existen diversas alteraciones hemodinámicas propias de la obesidad que pudieran favorecer la presentación de trastornos cardíacos en los obesos. En estos sujetos existe un incremento del volumen intravascular, del gasto cardíaco y del retorno venoso. Los obesos tienen más tejido para perfundir que los delgados. Por ello aumenta el volumen sanguíneo, tanto la cantidad de plasma como de eritrocitos, estando en relación directa con el grado de sobrepeso.
También se ha descrito una depresión de la función del ventrículo izquierdo, incluso cuando no existen signos de afectación cardiocirculatoria. Por otro lado, la hipertensión arterial, la arteriosclcrosis y la insuficiencia respiratoria, más frecuentes en los individuos obesos, pueden repercutir en la función contráctil del ventrículo; y es precisamente cuando estas alteraciones acompañan a la obesidad que aumenta la morbilidad y la mortalidad de origen cardíaco.
Finalmente, la obesidad se acompaña también de alteraciones circulatorias en el sistema venoso. La sobrecarga ponderal ocasiona un deterioro de los mecanismos de la circulación venosa en las extremidades inferiores. Por ello es frecuente que en los grandes obesos, a partir de los 30 años, exista una dificultad para el retorno venoso que se traduce en varicosidades o edemas en extremidades inferiores, más marcados en las mujeres que en los varones.
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