A menudo se ha señalado que, en comparación con las personas delgadas, los obesos son más vergonzosos, pasivos, tímidos, temerosos, con baja autoestima y un concepto distorsionado de su imagen corporal, e incluso se ha mencionado que tienen un desarrollo de su personalidad inadecuado o manifestaciones de enfermedades psíquicas (Bruch, 1980; Collip, 1980; Stunkard y Burt, 1967).
No hay duda de que la obesidad no es solamente un problema médico, sino que también tiene implicaciones sociales y psicológicas importantes.-Como señala Brownell (1982), el obeso no sufre únicamente por su condición de obeso, sino que también sufre por la culpabilidad que la sociedad le asigna y la discriminación que padece (Tucker).
Con frecuencia, los obesos son etiquetados con términos que implican responsabilidad personal (perezosos, débiles, autodestructivos, etc.), y no es sorprendente que detesten su cuerpo y que estén preocupados por su peso.
Estudios sugieren que niños obesos sufren una autoestima baja
Como consecuencia de su obesidad (Allon, 1979; Sallade, 1973); aunque, recientemente, Wadden, Foster, Brownell y Finley (1984) no han encontrado diferencias entre el nivel de autoestima de niños con peso normal y niños obesos.
Como se puede observar, el conocimiento que en este momento se tiene de la relación entre obesidad y alteraciones psicológicas es confuso, siendo imposible exponer conclusiones definitivas debido fundamentalmente a que:
1. Muchos de los resultados mostrados se basan en investigaciones clínicas impresionísticas, en las que se han empleado medidas psicométricas inadecuadas y en las que no se han incluido grupos control (Coates y Thoresen, 1980).
2. La mayoría de los estudios se han basado casi exclusivamente en individuos que buscan tratamiento para solucionar su problema de obesidad, impidiendo la generalización de los resultados a sujetos obesos que no buscan tratamiento médico. Como señala Ley (1980), posiblemente sólo los más neuróticos, ansiosos o deprimidos acuden a un hospital en busca de tratamiento y, por lo tanto, las investigaciones realizadas con muestras clínicas parten ya de una autoselección preestablecida.
3. Rodin (1981) sostiene que la psicopatología que puede estar asociada a la obesidad surge de la reacción que la sociedad tiene contra la gordura y el consecuente rechazo que experimenta el individuo obeso, y no necesariamente de alteraciones psicológicas encontradas en el individuo. Capítulo aparte merece el análisis de las consecuencias psicológicas de la pérdida de peso.
Muchos expertos en el tema han señalado que la pérdida de peso puede producir ansiedad, depresión, o incluso psicosis (Bruch, 1973; Stunkard, 1957; Stunkard y Rush, 1974). Es posible plantear hipótesis, tal como lo hace Simón (1963), de que el obeso obtiene bajas puntuaciones en escalas de depresión y otros desajustes emocionales, y que una pérdida de peso puede, por consiguiente, conducir a provocar estos estados emocionales.
Sin embargo, existen distintos problemas metodológicos
Es ampliamente conocido el hecho de que las personas que se someten voluntariamente a una huelga de hambre prolongada padecen posteriormente una gran variedad de síntomas tanto físicos como psicológicos. Sin embargo, es conveniente diferenciar entre estos efectos como consecuencia de una ingestión muy baja en calorías y los efectos específicos de la pérdida de peso en personas obesas (Keys y cois., 1950; Kollar y cois., 1964).
Los efectos que produce una dieta controlada en sujetos con obesidad ligera o moderada no parecen ser los mismos que los producidos por una dieta de semiinanición que se administra a obesos severos, generalmente en régimen de hospitalización. En este último caso, en el que los sujetos pierden grandes cantidades de peso en un breve período de tiempo, deben analizarse como causas de posibles alteraciones psicológicas las siguientes:
1) los efectos de la hospitalización per se; 2) la dieta administrada; 3) la eficacia del tratamiento, es decir, si se ha producido la pérdida de peso esperada o no, si el tratamiento ha sido eficaz; 4) la aceptación de la nueva imagen corporal con la que sale el sujeto de su internamiento, y si además el sujeto debe continuar con una dieta; y 5) la disponibilidad o no para encontrar reforzadores en el ambiente que le faciliten el cumplimiento del régimen prescrito.
La ausencia de estudios con metodologías rigurosas que hayan controlado todos los aspectos señalados imposibilita llegar a conclusiones definitivas. Así,- por ejemplo, Stunkard (1957) parece que halló menos reacciones psicopatológicas en una población clínica en dieta que en sujetos normales que seguían una dieta de semihambre; por el contrario, encontró graves reacciones emocionales ante el régimen en 9 de 25 pacientes obesos severos que, previamente, ya habían presentado problemas de adaptación en otras clínicas.
Robinson y Winnick (1973) presentaron un estudio de 10 pacientes que tuvieron que ser ingresados en un hospital psiquiátrico como consecuencia de las graves alteraciones psicológicas que exhibieron mientras seguían una dieta. Como hemos señalado, resulta difícil valorar estos informes por los problemas metodológicos que presentan.
Un poco diferentes son los datos aportados por Ley (1978) sobre un trabajo realizado con mujeres obesas voluntarias, para estudiar los cambios que se producían en ansiedad y depresión en relación con la pérdida de peso.
Los resultados mostraron que:
1. El grado de sobrepeso correlacionaba positivamente con depresión y ansiedad, es decir, cuanto mayor era el porcentaje de sobrepeso de las mujeres, mayor era el grado de ansiedad y depresión.
2. La pérdida de peso que se producía desde la última visita a la clínica correlacionaba negativamente con la ansiedad y depresión; las mujeres que habían perdido más peso estaban menos ansiosas y deprimidas.
3. Las mujeres cuya pérdida de peso, a lo largo de todo el tratamiento, superaba a la media del grupo, presentaban mayor número de recaídas en ansiedad y depresión al final del tratamiento que aquellas que habían perdido menos peso.
A pesar de que este estudio implica mejores requisitos metodológicos, no parece que facilite pruebas convincentes sobre las reacciones psicológicas adversas que pueden producirse como consecuencia de la pérdida de peso.
De la misma manera, hasta el momento resulta imposible determinar si la obesidad provoca alteraciones específicas en la personalidad, o son éstas las que desencadenan la obesidad.