Una de las líneas de investigación psicológica que ha generado mayor número de publicaciones ha sido la que ha intentado mostrar la posible relación entre estados emocionales, estrés o ansiedad y sobreingesta.
Los primeros estudios realizados en este sentido fueron los que partían de la hipótesis psicosomática planteada por Kaplan y Kaplan (1957), según la cual proponían que la sobreingesta es una conducta aprendida, utilizada por el sujeto obeso como mecanismo para reducir ansiedad.
Posteriormente, muchos autores apoyaron esta hipótesis considerando la ingesta como un instrumento empleado por el obeso para reducir el arousal generado por estados emocionales internos (Bruch, 1973; León y Roth, 1977).
Explícitamente, Bruch propuso que los indicadores de hambre podían ser confundidos con los indicadores de estados emocionales, y que esta falta de discriminación podía producir una ingesta inadecuada, y consideraba posible que el individuo obeso confundiera con frecuencia sus diversos estados de activación emocional con el
hambre, y a consecuencia de este error de discriminación comiera cuando estuviera activado emocionalmente.
Uno de los primeros estudios realizados para verificar la hipótesis psicosomática fue el de Schachter, Goldman y Gordon (1968), en el que los sujetos fueron sometidos a alto y bajo nivel de miedo (choque eléctrico), tomando medidas directas de la ingesta. Los resultados mostraron que los sujetos normales comieron más cuando estaban tranquilos que cuando tenían miedo, mientras que los sujetos obesos comieron lo mismo en las dos situaciones. Así pues, estos datos contradecían la hipótesis psicosomática.
Resultados semejantes fueron obtenidos por McKenna (1972), al mostrar cómo los sujetos de su estudio comieron un poco más en estado de activación emocional que en estado de calma, y que dicha sobreingesta no produjo aparentemente una reducción en la activación emocional. Más recientemente, Slochower (1976) ha realizado una importante investigación que parece haber clarificado el tema.
Como hipótesis de partida consideró que los sujetos obesos consumirían más alimentos cuando no pudieran explicar la causa de su ansiedad y no tuvieran control sobre ella, que cuando el origen de la misma pudiera ser identificado.
Los resultados fueron sorprendentes
Los sujetos obesos mostraron un incremento significativo en su ingesta cuando no pudieron identificar la causa de su arousal, siendo menor cuando ésta era identificada, mientras que los sujetos con normopeso mostraron una reducción en su consumo de alimentos en la condición de arousal no etiquetable.
Basándose en estos resultados, y en datos de otros estudios, Slochower (1976) defendió la importancia del papel de la ansiedad en elicitar la conducta de consumición de alimentos, a pesar de que no pudo demostrar firmemente si la ingesta es realmente un mecanismo de reducción de ansiedad. Resultados paralelos fueron presentados poco después por Slochower y Kaplan (1980).
Posteriormente, Slochower, Kaplan y Mann (1981) planificaron un estudio para comprobar si sus resultados anteriores eran generalizables a situaciones de la vida cotidiana. Eligieron una situación real, los exámenes, caracterizados por despertar en los sujetos que los sufren diferentes niveles de estrés externo.
Durante un período inmediatamente anterior a los exámenes finales (menos de cinco horas antes del examen) se midieron las respuestas emocionales y de ingesta de estudiantes obesas y con normopeso. Los resultados mostraron que las obesas comían significativamente más (casi dos veces y media más) durante los exámenes que cuando habían finalizado, mientras que los estudiantes con normopeso presentaron un descenso significativo en la ingesta durante este período.
Asimismo, se encontró que existía una relación significativa entre la intensidad de la ansiedad y la pérdida de control experimentada por las estudiantes obesas y la cantidad de alimento ingerido, tanto en los períodos de alto como de bajo estrés. Sin embargo, las estudiantes de peso normal presentaron un patrón comportamental muy diferente. Estos resultados parecían apoyar los obtenidos anteriormente en los estudios de Slochower (1976) y Slochower y Kaplan (1980).
Uno de los últimos estudios realizados es el de Lowe y Fischer (1982)
En donde compararon la reactividad e ingesta emocional en el medio natural de estudiantes obesas y con peso normal. Las estudiantes debieron registrar su ingesta y los estados emocionales experimentados durante la misma en 12 días consecutivos. Los resultados señalaron que las obesas presentaban mayor reactividad emocional, y que sus ingestas coincidían con mayor frecuencia con estados emocionales que las de las estudiantes con normopeso.
Sin embargo, esto se producía únicamente con los alimentos que comían entre horas, y no con las comidas básicas del día. En 1980, Robbins y Fray presentaron un trabajo fundamental para el área que estamos tratando y que se revelaría como una alternativa a la hipótesis psicosomática defendida hasta el momento.
A partir de una revisión exhaustiva de la literatura existente, y sin más apoyo experimental que el de los resultados del amplio número de investigaciones analizadas, Robbins y Fray (1980) concluyeron que la conducta de ingesta está inducida por el estrés, pero que dicho comportamiento no actúa como un reductor de estrés, tal como se mantenía en la hipótesis psicosomática planteada por Kaplan y Kaplan (1957).
Robbins y Fray plantearon la hipótesis de que la relación entre ansiedad e ingesta es curvilínea; bajos niveles de activación incrementan la ingesta, mientras que niveles elevados inhiben la conducta de comer.
Según ellos, la razón de esta relación es que la tasa de producción de comportamientos está linealmente asociada a la activación, y la ingesta queda interrumpida al emitir una frecuencia alta de respuestas en los niveles elevados de activación.
En relación con las personas obesas, mantienen que estos individuos no aprenden a discriminar entre respuestas emocionales y hambre, y como resultado comen inapropiadamente en respuesta a la activación emocional, manteniendo este comportamiento a causa de las cualidades reforzantes del alimento, más que a su capacidad de reducir el estrés.
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