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Desarrollo de la modificación de la conducta

Modificación de la conducta

Como la modificación de conducta trata la obesidad como si fuera un trastorno adictivo de la conducta, semejante al alcoholismo o a la adición a las drogas, es también un tratamiento de gran eficacia para los casos de sobrealimentación neurótica. La doctora Hilde Bruch, de la Universidad de Baylor, ha observado que los individuos obesos con leves trastornos de personalidad no responden bien a los esquemas dietéticos convencionales, que apelan al deseo racional del hombre en cuanto a mejorar su salud y su apariencia física, pero no tienen un gran efecto en el ansia, irracional a veces en algunos pacientes, por consumir alimentos.

Desarrollo de la modificación de la conducta

A menudo, tales pacientes responden bien al tratamiento por MC, aunque no tanto como los sujetos a los que la doctora Bruch trataba por anorexia nerviosa, un tipo de ayuno neurótico autoimpuesto por el paciente y que en casos particularmente graves llevaba a éste incluso al ayuno total. Por alguna razón, la obesidad ha demostrado ser más resistente a la MC que a la anorexia, quizá porque los mismos trucos y estratagemas que distinguen a la MC son también propios de la anorexia nerviosa. Ambas fijan su atención en detalles de poca importancia, pongamos por caso, lo que significa que la doctora Bruch combate, en los casos de anorexia, el fuego con el fuego.

Antes del desarrollo de la modificación de conducta como medio de control de la obesidad, las cifras que aceptaban como normales los sistemas tradicionales eran las siguientes: uno de cada cuatro sujetos lograba perder hasta diez kilos, y uno de cada veinte llegaba a rebajar veinte kilos. Los resultados variaban ligeramente según el médico y el estudio, pero toda variación considerable de estas cifras era casi axiomática de que alguien estaba intentando introducir una nueva dieta alimenticia, un nuevo libro o una nueva píldora en el mercado. No es sorprendente, pues, que la comunidad médica recibiera los primeros informes que se publicaron sobre el tratamiento mediante la modificación de la conducta, con un cierto grado de escepticismo.

Según estos informes iniciales, la MC conseguía que cuatro de cada cinco pacientes perdieran hasta diez kilos en un solo año, y que uno de cada tres llegara a perder veinte. Estadísticas posteriores resultaron un poco menos impresionantes, lo que llevó a algunos expertos a rebajar un poco aquellas cifras tan asombrosas; sin embargo, incluso los cálculos más conservadores mostraron que el cincuenta por ciento de los sujetos que se sometían al tratamiento de MC perdían al menos diez kilos, y que uno de cada seis alcanzaba la otra cifra.

Al parecer, la ciencia médica había dado con el primer programa dietético que realmente funcionaba en la mayoría de la gente y las más de las veces y sin que presentara los serios efectos secundarios de las dietas cetogénicas, los peligros potenciales del ayuno o la recidividad de ambos. Y si aquello no constituía un auténtico milagro, poco le faltaba.

Hay quien se pregunta si el desarrollo de la modificación de conducta se debe en realidad a la ciencia médica o si más bien hay que atribuir este honor a un ama de casa de Long Island llamada Jean Nidetch, quien resolvió por sí sola la gran maldición que pesaba sobre las mujeres de su condición y de edad madura.

Tal como cuenta la señora Nidetch, a principios de la década de 1960 tomó la determinación de encontrar una respuesta al gran rompecabezas de la obesidad que tanto le obsesionaba. Fue un día en que un conocido suyo la encontró en un supermercado y le preguntó para cuándo estaba esperando, pues la creyó embarazada. A la señora Nidetch se le ocurrió pensar que conocía a media docena de amigas suyas que estaban tan poco embarazadas como ella y que compartían su mismo problema de exceso de peso. Todas ellas habían probado los mismos sistemas y métodos de adelgazamiento que ella y habían tenido tan poco éxito como ella;’ quizá les pudiera servir de algo reunirse una vez por semana para hablar de su común maldición.

La primera de tales reuniones se celebró en la sala de estar del hogar de la señora Nidetch. Por aquel entonces pesaba 105 kilos y estaba practicando una dieta a base de galletas de bajo contenido calórico, de las que consumía bolsas enteras.

En la actualidad, las reuniones que surgieron de aquella primera se celebran cada semana en los cincuenta estados de la Unión y en quince países más. La señora Nidetch pesa ahora 70 kilos, se alimenta de comidas especiales de bajo contenido calórico que encuentra en todos los supermercados y es presidenta de Weight Watchers Inc., el mayor, más conocido y más próspero de todos los clubes de reducción de peso existentes. La organización de la señora Nidetch, que incluye campamentos de verano para niños obesos y una revista mensual, afirma tener cinco millones de miembros y más de diez millones de alumnos.

Al contrario que la MC, que limita su interés a los modelos de conducta que se puedan percibir y evita toda referencia a entidades hipotéticas como el autocontrol, la motivación o la fuerza de voluntad, los clubes de reducción de peso hacen hincapié en la dieta alimenticia y el ejercicio físico, los componentes convencionales de todo sistema de adelgazamiento.

Lo que no resulta tan convencional es el modo en que se efectúa esta presión, en que se ejerce este hincapié. Copiando en parte el sistema de MC, tales clubes ofrecen un sistema público de castigos y recompensas a sus miembros, quienes son castigados por cada kilo que aumentan con el desprecio de los demás asistentes y calurosamente aplaudidos por cada rebaja que logran en su peso. El resultado es una mezcla de camaradería y competencia, que demuestra ser de gran eficacia en la mayor parte de los casos. Los profesionales de la medicina no pueden por menos que apreciar los resultados que logran dichos clubes.

Refiriéndose al principal competidor de Weight Watchers, TOPS (iniciales inglesas de Take Off Pounds Sensibly, eliminar kilos fácilmente), el doctor Stunkard declaró que una investigación efectuada por él mostraba que los resultados medios logrados por los miembros de TOPS eran superiores a los logrados por los sistemas médicos habituales, y que podían compararse favorablemente con los mejores resultados conocidos en las revistas médicas. El doctor George V.

Mann, especialista en nutrición de la Universidad Vanderbilt, se hacía eco de las conclusiones de Stunkard en una reciente entrevista publicada por el New York Daily News.

Aunque algunas de las prácticas, incluidas las letras de las canciones que se cantan en las reuniones de TOPS y el tipo de ropas anticuadas que se utilizan allí puedan parecer sensiblerías —dijo Mann—, los resultados de un estudio efectuado, y cuyo umbral de certeza cabe fijar en un 95 por ciento, muestran una pérdida media de doce kilos o más, constantes durante un tiempo mínimo de seis meses, lo que las iguala con cualquier otro sistema médico que se pueda utilizar.

Si existe algún inconveniente en estos clubes de reducción de peso como métodos de control de la obesidad, reside en el hecho de que sólo han resuelto un aspecto del rompecabezas general que ésta representa: la maldición que aflige a las personas de edad madura. Los miembros de los clubes como TOPS o Weight Watchers son en su mayor parte mujeres de edad madura y clase media que se sienten solas, y tales personas responden de un modo igualmente satisfactorio a las dietas alimenticias supervisadas por médicos o a programas de modificación de conducta.

Su problema particular, su maldición peculiar, es que sólo pierden peso mientras siguen siendo miembros activos del club de adelgazamiento. Sin ese refuerzo semanal, sin esa amenaza de humillación o esa esperanza de congratulación, no consiguen mejores resultados en las dietas alimenticias o en los ejercicios físicos que su club les impone, que los seguidores de otros planes de adelgazamiento respaldados por otras organizaciones o grupos de profesionales.

Lo que distingue la modificación de la conducta de todas las demás formas de control de peso, incluidos TOPS y Weight Watchers, es que el sujeto no depende de ningún agente externo a él para conseguir un refuerzo a su conducta. La razón de que el sujeto supere la transición que tiene lugar entre el régimen de supervisión a cargo del médico y la autoadministración del programa por sí mismo es que los estímulos y los objetivos se encuentran sólidamente asimilados por su conciencia. Él alcance es limitado, los requerimientos específicos son fáciles de cumplir y sus fines son alcanzables.

Con este método, más que con ningún otro, los mecanismos de control están en las propias manos del sujeto, cuya tarea consiste en ir guiando su conducta, no su absorción de calorías. El sujeto no necesita saber nada acerca de los mecanismos que mueven las grasas, ni de los efectos de la cetosis, ni de la regulación de las sensaciones de hambre o saciedad, ni del valor alimenticio de los elementos nutritivos específicos, para lograr lo que se propone. De hecho, cuanto menos se detenga a pensar en tales asuntos, más pensará en dejar el tenedor sobre el plato después de cada bocado, y mejor será el resultado.

Tan convincente es el argumento en favor de la modificación de conducta como piedra de toque para el éxito de cualquier programa de reducción de peso, que todos los demás se rinden ante él. El Plan Magistral para la Reducción de Peso que consignamos a continuación está dividido en cuatro secciones principales, cada una de las cuales está dedicada a diferentes aspectos de la reducción de peso.

Estas cuatro secciones difieren en lo que respecta a asuntos específicos, pero no en la tesis sobre la que se sustentan: la modificación de la conducta como principio básico de una pérdida de peso eficaz y duradera.