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Prevención de la obesidad infantil

La prevención de la obesidad infantil es de gran importancia en lo que se refiere a la generación de niños que están creciendo en la actualidad, pero no les resuelve nada a los millones de obesos adultos que ya tienen desarrollados sus perniciosos hábitos y que ya llevan décadas reforzando sus tejidos adiposos, esos obesos crónicos a los que el doctor Mayer calificaba de virtualmente irrecuperables.

Prevención de la obesidad infantil

La importancia de la prevención de la obesidad infantil

Son individuos que se cargaron de kilos antes de que la medicina estableciera sus líneas de prevención, lo que convierte su problema en una cuestión de más difícil tratamiento, aunque no por eso en un caso desesperado.

Existe buen número de soluciones para el problema de la obesidad en el adulto. Por desgracia, no todas ellas son atractivas por igual, y ninguna está garantizada.

Desde el punto de vista médico, la manera más sencilla de provocar una pérdida de peso es inducir al paciente a un aumento en el nivel de actividad física, al tiempo que sigue un régimen alimenticio equilibrado y tendente a facilitar un ligero déficit diario de calorías.

Hasta el caso más intratable en teoría responde en último término a este tipo de régimen, con la única condición de que el paciente se avenga a seguirlo durante el tiempo suficiente.

Por desgracia, una experiencia ampliamente reconocida entre los dietéticos revela que la mayor parte de sus clientes abandonan los regímenes que les han preparado científicamente antes de que empiecen a surtirles efecto.

Además, una cantidad aún mayor de dichos individuos reemprenden pronto los hábitos alimentarios descontrolados que les habían engordado anteriormente. En pocas palabras, los médicos consideran extremadamente difícil que un paciente corpulento se someta al más mínimo régimen, y resulta casi imposible convencer a tal persona de lo necesario que resulta el ejercicio físico.

La labor del médico en este punto viene complicada por el hecho de que todavía existe la opinión generalizada —posiblemente debida en parte a los propios obesos indolentes—, de que el ejercicio físico estimula el apetito.

En realidad, dicho ejercicio físico no incrementa el deseo voluntario de aumentar la ingestión de alimentos hasta que no se alcanza un cierto punto crítico de intensidad y duración, algo que puede afectar a los corredores de maratón, pero no a los que hacen unas cuantas carreritas los domingos.

Al llegar a este punto crítico, el gasto de calorías sí aumenta con la intensidad del ejercicio, y lo hace proporcionalmente al peso corporal, lo que significa que los individuos sobrados de peso utilizan más calorías para realizar la misma cantidad de ejercicio, no importa cuál sea éste. La gran lástima es que no llegan a realizar el mismo ejercicio que sus equivalentes delgados.