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Las grasas en la dieta

Conozcamos más sobre las grasas en la dieta, para ello, debemos pensar primero que de todos los animales de la Tierra, sólo el hombre y algunos de los animales por él domesticados engordan.

grasas en la dieta

Debemos conocer el mecanismo de las grasas en la dieta si queremos adelgazar

Y es así porque consumen con regularidad más comida de la que sus cuerpos necesitan, o de la que su organismo puede utilizar, y porque el cuerpo, con una eficacia mucho mayor que la de cualquier máquina, convierte rápidamente dicho exceso de comida en grasas que almacena.

El resultado de tal conducta es, a corto plazo, un aumento de tejido adiposo; a largo plazo, la consecuencia es la obesidad crónica. No hay duda alguna en este punto: si con toda propiedad se puede etiquetar como enfermedad a la obesidad, existe entonces una etiología universalmente reconocida para ella —la glotonería— y un remedio claro: el ayuno.

Sin embargo, como observa el doctor Mayer, atribuir la obesidad al exceso de comida no nos revela nada que no sepamos y necesitamos urgentemente saber más acerca de la naturaleza de la obesidad y de los mecanismos del engorde si queremos evitar los efectos de la glotonería general que en el último medio siglo ha hecho de la obesidad la anormalidad física más extendida del mundo occidental.

La obesidad es tan antigua como la sociedad establecida, y probablemente más. Las famosas figurillas femeninas del Neolítico, con sus pechos pendulantes, sus abdómenes prominentes y sus miembros carnosos quizá representen tipos femeninos idealizados, pero es casi indudable que se basaban en modelos reales. Una gran obesidad debía ser entre las mujeres del Paleolítico un atributo muy preciado, por varias razones.

Se asociaba directamente a la fecundidad —que a menudo representaba, hace 25.000 años, la diferencia entre la supervivencia y la extinción—, y se relacionaba indirectamente con la mortalidad. Se calcula que, entre los pueblos del Paleolítico, la mitad de sus miembros no llegaba a los veinte años, y que apenas un doce por ciento alcanzaba la considerable edad de cuarenta.

Entre este segundo grupo no había mujeres, y los estudios realizados de esqueletos de la era de las glaciaciones indican que las mujeres de aquel grupo no sobrepasaban en ningún caso los treinta años.

En condiciones tan dantescas, cada kilo extra de energía de reserva que tuviera una mujer aumentaba materialmente sus posibilidades de supervivencia a los caprichos de un clima rudo y una dieta incierta, a las actividades de los predadores, tanto animales como humanos, y a los rigores del embarazo y del parto.