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La sensación de hambre

La sensación de hambre, que antes controlaba el momento en que el hombre comía, y que incluso controlaba lo que éste comía, se relaciona a menudo con las contracciones gástricas del estómago vacío, las punzadas estomacales.

La sensación de hambre

La sensación de hambre, fuente de estímulos del apetito

Si fuera ésta la única fuente de estímulos sobre el apetito, podría llegarse a un control del exceso de comida amortiguando simplemente la sensación de hambre que acompaña a las contracciones gástricas. Sin embargo, no parece que sea éste el caso.

Animales de laboratorio a los que se ha privado de toda sensación estomacal han continuado manteniendo el apetito; tampoco han demostrado gran eficacia como frenos del apetito todas las píldoras y pociones inventadas para revestir el estómago de los hombres y reducir su actividad gástrica.

El doctor Gastineau afirma que el hambre —palabra en la que engloba también la noción de apetito— depende de la integración de un gran número de factores e impulsos sensoriales. El complejo mecanismo por el que la sensación de hambre se despierta varía mucho de un individuo a otro, e incluso en un mismo individuo varía según las épocas.

En su forma más simple, la obesidad es el resultado de un desarreglo de los mecanismos normales que gobiernan nuestras sensaciones de hambre y de saciedad. Es, además, un trastorno de conducta compulsivo y adictivo que tiene mucho que ver con el alcoholismo y con la adicción a las drogas.

Es muy refractario al tratamiento a causa de lo complejo de su naturaleza, y es resistente a la hipnosis, al psicoanálisis y a otras numerosas formas de modificación de la conducta, porque se encuentra enraizado en modelos de comportamiento que a menudo tienen su origen en primerísimos recuerdos infantiles.

El doctor Gastineau sigue opinando que no hay diferencias aparentes entre los índices metabólicos básales de los individuos obesos y los de los delgados. Los individuos que presentan un grado significativo de obesidad tienen un índice metabólico más alto, pero también poseen una mayor superficie corporal, que es la base de medición de los índices de metabolismo basal.

Lo único que tales individuos hacen es cebar un fuego mayor, y no cabe atribuir su obesidad a un “metabolismo lento”, por muy tentadora que llegue a parecer tal explicación a médicos y pacientes. Tal es la opinión de Gastineau, compartida por el profesor de Harvard Richard F. Spark.

Incluso entre los obesos, no llega al 1 por ciento la cifra de personas con problemas del metabolismo —apunta— pero más del cincuenta por ciento de los que se someten a regímenes alimenticios acaban por desarrollar problemas de este tipo.