La mayoría de las conductas que emitimos cotidianamente persisten por sus consecuencias, es decir, por todos aquellos eventos, tanto externos como internos, que se producen después de ocurrir la conducta, aumentando la probabilidad de incrementar la frecuencia de la misma o de disminuirla.
La evaluación de los estímulos consecuentes que siguen a la sobreingesta e inactividad física implica poder determinar todos los eventos que se producen inmediatamente o de forma demorada después de la emisión de esas conductas y que pueden facilitar su mantenimiento.
Es necesario identificar las consecuencias
Que son capaces de favorecer la aparición de los patrones alimentarios y de actividad física adaptados. Por ejemplo la sobreingesta, al igual que la mayoría de comportamientos etiquetados de adicciones (fumar, beber), tiene consecuencias positvas inmediatas (sabor agradable de la comida, reducción de la sensación de hambre) mientras que sus consecuencias negativas se producen a más largo plazo (aumento de peso, rechazo y aislamiento social, problemas de salud).
Esta demora en la aparición de las consecuencias negativas dificulta con frecuencia el control de la sobreingesta, pues como se ha demostrado las consecuencias inmediatas tienen mayor influencia sobre la conducta que las consecuencias a largo plazo.
Opuestamente, la actividad física produce consecuencias negativas inmediatas (fatiga, agujetas) que con frecuencia son aversivas, y consecuencias positivas a largo plazo (mayor resistencia física, mejoría de las variables cardiovasculares). cuentes, tanto externos como internos, más relevantes que deben ser identificados en el proceso de evaluación conductual.
Estos permitirán planificar programas de reducción de peso
En los que se disminuyan los reforzamientos para las conductas de ingesta y actividad física inadecuadas y se aumenten los reforzamientos tanto externos como autoaplicados, para los nuevos patrones de comportamiento que produzcan no sólo una pérdida de peso sino también su mantenimiento a largo plazo.
Algunos autores (Perri y Richard, 1977; Rozensky y Bellack, 1974) han encontrado que el autorreforzamiento que se suministran personas obesas por conductas de ingesta adecuadas es uno de los mejores predictores de éxito en un programa terapéutico.
No queremos finalizar la exposición de los elementos que componen el análisis funcional de la obesidad, en el marco de la evaluación conductual sin mostrar nuestra sorpresa ante la ausencia de estudios que sigan este modelo de evaluación. A pesar de la larga tradición de los tratamientos conductuales para la obesidad y de la importancia en este contexto de la relación entre evaluación y tratamiento, pocos autores han realizado este tipo de análisis.
Por ejemplo, los trabajos de García (1985), García y Saldaña (1986) y Saldaña y García (en prensa) muestran datos referidos al análisis funcional de la conducta de ingesta de un grupo de grandes obesos comparados con un grupo de sujetos con normopeso.
Los resultados de estudios como éstos son los que posiblemente permitirán identificar las variables críticas que mejoren los cambios obtenidos mediante programas conductuales de reducción de peso.
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