La ingestión de calorías frente al gasto energético ya fue caso de estudio en los años cincuenta. Nuestro cuerpo es inteligente, si reducimos las calorías ingeridas, también se reducirá el gasto enérgico.
Para adelgazar no es suficiente reducir la ingestión de calorías
El doctor A. W. Pennington ya apuntaba este fenómeno. Era una época en que este médico ensalzaba las virtudes de las dietas de alto contenido proteínico y bajo contenido en hidratos de carbono, dietas asociadas con frecuencia a los nombres de los doctores Stillman y Atkins.
Pennington escribió que “tanto en los obesos de peso constante como en los individuos delgados, el apetito se equilibraba con el gasto de energías, con una apreciable precisión”, a lo que añadía esta acertadísima conclusión: “Los controles de calorías no pueden compararse, ni la voluntad de rivalizar, con la exactitud y persistencia de este equilibrio biológico”. Tal es, naturalmente, la razón de que las dietas similares a la recomendada por Pennington estén condenadas de antemano al fracaso.
Fue también Pennington, curiosamente pesimista en cuanto a la pérdida rápida de peso, quien manifestó con tristeza: “Dietas de bajo contenido en calorías hay muchas; pacientes que resuelvan el problema de la obesidad, muy pocos”. Tal afirmación es cierta si nos guiamos por los resultados de un estudio realizado recientemente en un pequeño distrito universitario del Medio Oeste norteamericano.
Los sujetos de tal investigación eran estudiantes varones claramente obesos, todos los cuales sufrieron una considerable pérdida de peso durante la primera fase del experimento. Entre los voluntarios había varios que llegaron a perder más de cuarenta y cinco kilos. Tales resultados colmaron de felicidad, naturalmente, a los médicos que habían esbozado la dieta a seguir, tras lo cual terminó la primera parte del experimento con lo que parecía ser un éxito completo.
Por desgracia para todos los participantes en él, el estudio tenía una segunda parte, que consistía en un control de los pacientes durante los siguientes dieciocho meses. Tal control demostró que todos ellos habían recuperado los kilos que habían perdido con anterioridad.
Esta sucesión de notables pérdidas de peso seguidas de aumentos igualmente espectaculares es algo más que un hecho común; es la regla general, como bien saben, por sus amargas experiencias, millones de personas en todo el mundo.
Pocos casos hay tan notables como el proporcionado por la doctora Hilde Bruch, profesora de psicología del Baylor Medical College, quien observó como una de sus jóvenes pacientes perdía, recuperaba, perdía y volvía a recuperar hasta un total de 225 kilos entre su decimocuarto y decimoséptimo cumpleaños. Sin llegar a tales extremos, son millones los casos en que se repite, a menor escala, tal ejemplo descorazonador y en último extremo peligroso.