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Dieta alimenticia y obesidad infantil

La dieta alimenticia es uno de los factores que junto con la genética contribuyen a la obesidad infantil, y, en su mayor parte, los expertos se muestran de acuerdo en que las prácticas alimentarias de la madre moderna están pasadas de moda y desfasadas con los tiempos actuales, y que se ajustan más a la vida llena de actividad del siglo anterior que a la vida sedentaria del siglo actual.

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Las prácticas alimentarias modernas como contrapunto de la dieta alimenticia sana

Las prácticas alimentarias modernas, que incluyen la temprana introducción de las dietas sólidas, el pronto destete y el cambio de la leche materna al biberón, son maneras de provocar la sobrealimentación.

Es principalmente la madre, más que el bebé, quien determina cuál es el grado de hambre y el de saciedad, al alimentar al pequeño guiada más bien por una tabla establecida que por la demanda del pequeño, o al medir más por unidades —una botella, un bol, una taza— que por la necesidad que el niño demuestre.

El resultado de esta alimentación, forzosa pese a sus buenas intenciones, impulsada por la devoción maternal y administrada bajo la falsa convicción de que un bebé gordo es un bebé sano, es la producción descontrolada de células grasas superfluas durante los primeros años de la vida del niño.

Estas mismas mujeres acostumbran hacer caso de otra máxima igualmente errónea (“estás preñada, luego debes comer por dos”) y comen en exceso en los últimos meses de su embarazo.

Con ello, no sólo ganan unos kilos que no necesitan para sí mismas, y que tendrán grandes dificultades en hacer desaparecer tras el parto, sino que también promueven el desarrollo de las células grasas de sus futuros hijos, que desarrollan la mayor parte del tejido adiposo de sus cuerpos en el último trimestre que pasan en el útero.

Es bien sabido, por ejemplo, que el exceso de grasas que distingue a las niñas se adquiere durante las dos o tres semanas inmediatamente previas al nacimiento.