Los médicos de las grasas, conocidos técnicamente como bariatras obtienen un magnífico provecho de su trabajo.
Bariatras o médicos de las grasas, una profesión muy lucrativa
Un converso reciente, ex especialista en medicina general cuyos ingresos anuales alcanzaban los cincuenta y cinco mil dólares, informaba alegremente al Wall Street Journal de que, desde que se dedicaba exclusivamente a los pacientes con problemas de peso, su jornada laboral se había reducido en dieciocho horas semanales, que las llamadas a su domicilio habían desaparecido, y que sus ingresos actuales superaban los 255.000 dólares.
El problema no reside solamente en que los “doctores de las grasas” parezcan estar aprovechándose de su práctica, sino también en que en la mayor parte de los casos el estado general de los pacientes no mejora bajo la supervisión profesional mucho más de lo que lo hace con dietas impuestas por el propio individuo, y en que las cifras de recidividad o regresión en lo momentáneamente ganado son virtualmente idénticas.
Como antes observábamos, no resulta irrazonable considerar la obesidad como el mayor fracaso de la medicina preventiva.
Con la ciencia moderna aparentemente paralizada ante el problema de la obesidad y con la medicina moderna incapaz de ofrecer soluciones sencillas a los millones de personas que necesitan perder peso, tanto hombres como mujeres o niños, no es de extrañar que tantos obesos se dirijan cada año en Norteamérica a los profetas de la pérdida rápida de kilos, con la esperanza de que esta vez, al contrario que las otras, alguien haya conseguido resolver el rompecabezas que para ellos representa la obesidad.
Alimentados por un optimismo a toda prueba, que sobrevive a docenas de dietas rápidas y a fórmulas fantasiosas, se adhieren a la innovación de turno.
Compran los pasteles sin azúcar y los pantalones de vapor, los líquidos milagrosos traídos de Europa y las inyecciones de hormonas, pero sobre todo compran libros, millones y millones de libros cada año.