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El plan magistral para perder peso

En los tres posts que anteceden a éste, hemos hablado, sin identificarlos como tales, de tres de los elementos clave de un plan magistral para el adelgazamiento permanente. Son el ejercicio físico regular, la nutrición equilibrada y la modificación de la conducta, junto con la dieta como cuarto punto, los principales componentes de todo programa de reducción de peso que pretenda resultados provechosos y permanentes. Cada uno de ellos implica un cambio, bien en lo que se come, bien en cómo se come o en cuánto se come.

El plan magistral para perder peso

Cualquiera de tales cambios dará como resultado una disminución del peso corporal. Si se combinan varios elementos, los resultados se producirán de un modo más rápido y espectacular; si se hacen actuar los cuatro concertadamente, se producirá, naturalmente, el resultado más satisfactorio de todos.

De ello se colige —parece lógico— que el mejor modo de lograr los máximos resultados en la mínima cantidad de tiempo es adoptar el Plan Magistral en toda su extensión, y tal puede ser, en efecto, la solución definitiva al gran rompecabezas para un puñado de lectores altamente motivados, disciplinados y moderadamente obesos.

Para todos los demás, en cambio, tanto para aquellos cuya obesidad sea más que moderada, como para los débiles de voluntad y especialmente para los que tienen largos historiales de sobrealimentación, exceso de peso y probada imposibilidad de seguir otros regímenes alimenticios, debemos decir con énfasis que no es ésa la solución.

Para ellos, la respuesta al rompecabezas de la obesidad, la solución a su problema personal con el peso, reside en algún punto concreto de este Plan Magistral. Para extraer tal respuesta, para resolver por sí mismos el rompecabezas, deben empezar a considerar cada una de las partes que lo forman, recomendación por recomendación, escogiendo los elementos que más se ajusten a sus necesidades personales.

El ex atleta, ahora sentado tras su silla de burócrata y cuya vida se ha convertido en una serie inevitable de comidas de trabajo y reuniones sociales, puede considerar más sencillo aumentar su gasto de energías mediante el ejercicio físico que reducir su absorción de calorías mediante un régimen alimenticio.

Le será, pues, conveniente repasar la Primera fase: El ejercicio. A la joven ama de casa y madre de familia, en cambio, le será más sencillo llenar su frigorífico y su despensa con alimentos más nutritivos y menos calóricos que beneficiarán por igual a ella y a sus hijos. En este caso preferirá consultar la Segunda fase: La nutrición. La mujer de edad madura, cuyos hijos ya no viven con ella y cuya vida va haciéndose cada vez más sedentaria, juzgará posiblemente más sencillo alterar su manera de comer que los productos en sí.

Para ella, la solución puede estar en la Tercera fase: La modificación de conducta. La última Cuarta fase: La dieta sirve a todos y a todos interesa, pues sus sencillas tablas son un refrescante recordatorio de que el régimen alimenticio no tiene por qué ser extenuante para resultar provechoso.

En cada caso, lo realmente importante es recordar que cualquier cambio, por modesto que sea, producirá una pérdida de tejido adiposo. La larga y desanimadora historia de la dietética es, casi sin excepción, una retahila de cambios radicales rápidamente abandonados. La lección que ahora toca aprender, a menos que se quiera repetir esos fallos, consiste en que la dieta que mejor funciona —en el único aspecto que importa, es decir, en la pérdida permanente de peso—, es aquella que exige menores sacrificios en el máximo de tiempo.

Sólo uno mismo se conoce sus limitaciones y su historial anterior en lo relativo a la reducción de peso, con la suficiente intimidad para ser capaz de juzgar hasta qué punto puede tolerar los cambios y durante cuánto tiempo. Sólo uno mismo sabe hasta dónde puede sacrificarse sin que ello le represente una molestia y hasta cuándo es capaz de aguantar sin echarse atrás.

Podríamos decir, en términos dietéticos, que si muerde más de lo que puede mascar fallará ahora como antes le habrá sucedido. Comience modestamente, en cambio, y ya habrá comenzado el camino que le llevará a la primera pérdida auténtica de peso de toda su vida adulta, la primera que consistirá primordialmente en eliminación de grasas y no de agua, la primera que podrá usted esperar mantener durante el resto de sus días.

Al desarrollar su programa de adelgazamiento personal a partir del Plan Magistral, es de vital importancia que tenga en cuenta un hecho: siempre es posible seguir adelante en un programa que esté llevando con éxito, pero es infinitamente más difícil rehacer uno que ya haya fallado.

Para que ello no suceda, considere el Plan Magistral del siguiente modo: comience por leer por encima todo lo que ofrece y pase luego a la tabla uno, seleccionando uno o dos puntos que le atraigan especialmente. Digiéralos, y vuelva luego a por más.

Al marcarse usted mismo el ritmo, al ajustar el Plan Magistral a sus propias necesidades y circunstancias, evitará los penosos fallos inherentes a otros planes dietéticos, muchos de los cuales son tan restringidos en calorías que llegan a debilitar al individuo físicamente, o tan cetogénicos que llegan a ser potencialmente peligrosos, o tan monótonos o rígidos que automáticamente le limitan las opciones.

Escoja la recomendación o recomendaciones que menos inconvenientes le planteen, y habrá escogido las que mejor le servirán. Si el resultado no le parece una auténtica dieta, irá por el buen camino, pues la forma más eficaz de perder peso es la que menos se desvía de la que el sujeto ha llegado a considerar normal.

Los progresos en un régimen son el mejor incentivo para continuar con él, y lo que antes parecía un pequeño sacrificio calórico, una ligera desviación de lo normal, tiene su modo de convertirse en normalidad cuando se practica durante el tiempo suficiente.

El precio de una línea esbelta es la continua vigilancia, y esa vigilia es más fácil de mantener, sin duda alguna, mediante cambios modestos que mediante otros radicales.

Antes de entrar en las recomendaciones específicas del Plan Magistral, es importante que cada lector se asegure lo mejor posible de los kilos que pesa de más. Para muchos de los lectores éste será el trabajo más importante y revelador de todos. En épocas anteriores, esta labor hubiera sido más fácil y cómoda, pues en los tiempos en que la figura de reloj de arena y la cintura próspera estaban en alza, eran los individuos ectomorfos, delgados y de largos miembros los que estaban pasados de moda; en aquellos tiempos, una figura ampulosa no sólo era aceptada, sino abiertamente admirada y activamente cultivada. También era fácil de conseguir por el 85 por ciento de todos los hombres y mujeres no ectomorfos, por todos aquellos que no habían nacido con aquellos dedos largos y finos que, según Jean Mayer, identificaban a los pocos felices mortales que nunca serían gordos.

Es una desgracia colectiva que nos ha tocado compartir la de que estemos viviendo en la era del ectomorfo. Por razones que ningún experto puede explicar, es la figura del varón adolescente la que se acepta habitualmente como ideal, la que intenta ser emulada por hombres y mujeres por igual, aunque no sea característica de ninguno.

Nunca había propuesto la sociedad como tipo ideal una silueta tan andrógina, ni había venerado una delgadez tal. Esta combinación coloca automáticamente a cuatro de cada cinco de nosotros en una posición desventajosa e insuperable. No podemos aspirar a esa delgadez, pero como la juzgamos la perfección, muchas veces nos consideramos a nosotros mismos más pesados y gordos de lo que realmente somos. Aceptemos que no pertenecemos a los selectos que señala Mayer, a la feliz tribu de los ectomorfos, y optemos entonces por conseguir, razonablemente, el peso ideal de los miembros de nuestra tribu, el de los que tienen la constitución y la morfología pareja a la nuestra.

Resulta decisivo establecer desde un buen principio cuál es realmente el peso ideal de uno, y para ello quizás no sea uno mismo el que está en mejor disposición de juzgarlo. Por cada sujeto obeso en alto grado que logra esconder veinte kilos de exceso a base de un guardarropía que le siente bien o de un enmascaramiento todavía más eficaz, existe al menos otro obeso moderado que se afana por transformar su solidez mesomórfica en esbeltez ectomórfica. Es imposible saber cuántos adultos se ven halagados con la frase: estás estupendamente, cuando, en vez de perder los cinco o siete kilos que suspiran por adelgazar, aumentan en uno o dos los que ya tienen; sin embargo, si son millones los que escuchan esta frase es porque realmente tienen mejor apariencia con el peso que verdaderamente les corresponde, aunque sea un poco más del que han aprendido a considerar como ideal. Como antes hacíamos notar, el asumir el genotipo natural de cada uno puede ser la tarea más importante, pues en ella está implícito el conocimiento de que cuatro de cada cinco personas son de cons titución más robusta, por razones genéticas, de lo que actualmente se considera como ideal.

Es el rostro, más que la cintura, lo que posiblemente indique con más claridad el peso ideal de una persona, pues no sólo refleja el exceso de peso sino también el efecto de una dieta excesiva, a la que son propensas, especialmente, las mujeres. De hecho, el consejo más conveniente que puede darse a muchas mujeres de edad madura y ligeramente obesas es que aprendan a vivir con lo que pesan ahora, más que a someterse a la dieta que se ponga de moda cada año.

Se sentirán más felices y más sanas si siguen el ejemplo de la Reina Virgen del poeta inglés del siglo diecisiete John Dry- den, que declaraba: Estoy dispuesta a seguir gorda y sin embargo bella hasta los cuarenta. En tiempos de Dryden, tengámoslo en cuenta, las expectativas de vida de una mujer estaban situadas alrededor de esos cuarenta años, lo cual da un atractivo aún más pronunciado a las palabras de la Reina Virgen.

Por tanto, debemos insistir en que es conveniente no someterse a ningún régimen extenuante sólo para seguir conservando la belleza juvenil, tanto antes como después de los cuarenta. La mujer que decide engordar, o al menos no oponerse a lo que su genotipo natural le marca, puede estar segura de que llegará a los cuarenta y más allá con un aspecto juvenil, pues su rostro, aunque un poco más graso, estará más libre de arrugas.

Si el lector decide, en cambio, adelgazar, existen varios métodos estándar para determinar cuál es su peso ideal, y por tanto cuántos kilos debe eliminar. El primero de ellos es la tabla de pesos que publicamos a continuación, y que extraemos de una de las principales compañías de seguros del mundo.

Esta tabla se basa en sus propias investigaciones. Sin embargo, al consultarla deben tenerse en cuenta ciertas consideraciones. Por un lado, todas las tablas parten de estadísticas, y lo que pretenden reflejar es el peso ideal para alcanzar un grado de longevidad óptimo.

El exceso de peso puede parecerles asunto de vida o muerte a los obesos crónicos, pero es algo mucho más sutil para los demás, algo influenciado por el sentido personal de la estética, por las modas predominantes y por otros muchos usos sociales y prejuicios personales. Recordemos que el equipo de rugby, mencionado anteriormente, resultó obeso para los niveles de la Marina, pero que no se lo parecería a nadie más. Al contrario, es igualmente posible que una persona que no alcance los niveles de obesidad según las tablas o los estándares sea en cambio obeso como individuo.