Caminar para perder peso es favorable frente al sedentarismo, eso demuestran algunos estudios, por ejemplo, que las amas de casa sobradas de peso caminan la mitad que las delgadas mientras realizan sus tareas domésticas, aunque ambas efectúen esencialmente las mismas labores.
Un buen ejercicio, caminar para perder peso
Asimismo, pasan media hora más en la cama cada noche, como promedio, y permanecen de pie durante el día un quince por ciento menos, lo que constituye una prueba adicional de lo que el doctor Mayer denomina la capacidad casi preternatural de los individuos obesos por conservar sus reservas energéticas y con ellas, naturalmente, las grasas almacenadas en el cuerpo.
Una parte del problema que se presenta al medir el valor del ejercicio físico tiene que ver con la caída en desuso de la nomenclatura científica que se utiliza al describirlo.
Cuando el fisiólogo alemán Karl von Voit clasificó los cuatro grandes grupos humanos según su actividad, estableciendo las cuatro personalidades básicas de muy activos, activos, moderadamente activos y sedentarios, no hizo sino basar sus descripciones en modelos del siglo XIX.
Su modelo de persona sedentaria, por ejemplo, era el de un burócrata. Sin embargo, en aquella época el burócrata era un individuo que se levantaba con la primera luz del día, partía leña o cargaba carbón durante una hora, caminaba durante otro tanto para llegar al trabajo, trabajaba de pie detrás de su ventanilla durante diez horas, volvía a casa caminando y se dedicaba a sus tareas vespertinas. Y eso seis días a la semana.
El séptimo, su día de descanso, llevaba a su familia de paseo por el campo durante tres o cuatro horas. Como dice Mayer, “no hay en la actualidad ningún habitante de la ciudad que gaste tanta energía como una persona sedentaria del siglo pasado”. Esto explica, en parte, por qué comemos ahora menos que el hombre de principios de siglo, y en cambio pesamos más.
Del mismo modo hay mucho que objetar contra la mayoría de gráficos sobre ejercicio, pues tienden a dar equivalentes calóricos a lo que, en la actualidad, no pasan de ser gastos irrelevantes para el cuerpo.
De poco le sirve al ciudadano del profesor Mayer saber que eliminar medio kilo de grasas exige siete horas de talar árboles y convertirlos en leña, ya que son poquísimos los hombres de esta nuestra civilización que dedican tanto tiempo a este ejercicio en toda su vida.
Sin embargo, el mismo dato pudo haber sido muy significativo para el burócrata arquetípico de Herr Voit, que dedicaba media hora diaria a esta actividad. Para el ciudadano moderno, que no sabe ni afilar un hacha, si es que logra sostenerla, tal estadística carece de sentido.
Para el “sedentario” de Voit, que hubiera logrado rebajar doce kilos anuales de no recuperar este déficit energético en la mesa, habría resultado, en cambio, de lo más interesante.