El ayuno voluntario es extremadamente peligroso, incluso bajo constante supervisión médica, y ello se debe a que el ayuno, ya sea total o bien parcial, reduce tanto las grasas almacenadas como la masa muscular y los electrolitos necesarios. La pérdida de musculatura es enervante, y la de trazas de minerales vitales es notoriamente peligrosa.
(Hasta tal punto que se ha hecho famoso el caso de una mujer de ciento cinco kilos que falleció recientemente en una clínica dietética de Nueva Jersey al cuarto día de seguir un régimen de 500 calorías, posiblemente a causa de una arritmia cardíaca provocada por un déficit de los minerales en la sangre necesarios para mantener la actividad motriz del corazón.) Mayer apunta que también son comunes entre los pacientes que se someten a ayunos las úlceras de duodeno, la gota y graves trastornos psíquicos.
El ayuno voluntario y sus efectos en el cuerpo
Para acabar con el desequilibrio de minerales producido por el ayuno, los expertos en reducción de peso recomiendan una cuidadosa medición de los niveles de electrolisis del paciente, así como el suministro de dosis adicionales de vitaminas y de sales solubles en agua.
Con esto, eliminada al menos en teoría la amenaza de una complicación cardíaca, el ayuno total se revela como un modo muy eficaz de conseguir un descenso espectacular en el peso, por lo menos durante una temporada. En principio, al menos, el ayuno crea menos tensiones que la dieta, pues la mayor parte de las habituales preocupaciones por la comida están ausentes del ambiente que rodea al paciente.
Además, la intensa cetosis que se produce a las cuarenta y ocho horas de dejar de comer reduce la sensación de hambre casi por completo, lo que explica por qué los obesos notan en muchas ocasiones un progresivo bienestar a medida que pasan los días de ayuno, al menos durante las primeras semanas.
No sucede lo mismo entre los individuos delgados que practican el ayuno, según dice el doctor Gastineau, pues en ellos la producción calorífica disminuye rápidamente y con frecuencia aparecen en ellos estados depresivos, ansiedad e inestabilidad emocional.
El ayuno hace, pues, sentirse mejor al obeso, felizmente para él puesto que es quien más lo necesita. La mayoría de obesos poseen lo que Gastineau denomina buena tolerancia al ayuno, ya que pueden mantener ayunos de hasta treinta días sin aparentes dificultades, y perdiendo en el proceso entre veinte y veinticinco kilos.
Como medida de seguridad, no obstante, el doctor Albert Stunkard, de la Universidad de Stanford, recomienda unos ayunos de diez días a dos semanas en un hospital a aquellos de sus pacientes que requieren una pérdida de peso entre los ocho y diez kilos.
El coste de tal tratamiento es desde luego considerable, y su eficacia a largo plazo es a menudo nula, a no ser que vaya unida a una dieta cotidiana y continuada que se base en un equilibrio nutritivo y una restricción en la ingestión de calorías.