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Colesterol y arteriosclerosis

Probablemente, el endurecimiento de las arterias es una afección que se remonta a tiempos inmemoriales. Su denominación moderna, arteriosclerosis, se remonta a comienzos del siglo XIX , cuando Lobstein introdujo por vez primera el vocablo. Estudios recientes de momias egipcias han confir­mado que muchos de esos cadáveres pertenecen a personas con arteriosclerosis. ¿Por qué se produce este endurecimiento de las arterias? Se han citado bastantes causas.

Por razones in­tuitivas, el factor edad es el que más ha atraído la atención de los estudiosos. Desde este punto de vista, si se puede decir que ha sido común hallar «placas» arterioscleróticas en el adulto y en el anciano, es también cierto que, a veces, perso­nas de más de 70 años presentan paredes arteriales indemnes. Y, al contrario, se han hallado lesiones típicas degenerativas en adolescentes y niños. Estos hechos irrefutables harían des­cartar la ecuación «edad avanzada= arteriosclerosis» como una verdad absoluta.

Colesterol y arteriosclerosis

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El choque violento de la corriente sanguínea contra las paredes arteriales (fenómeno que se produce en caso de tensión alta), favorece la aparición de una arteriosclerosis. Análoga­mente, hay quien cree que ello se debe a una alteración de la envoltura que recubre por dentro toda arteria.

Otros autores dan importancia a los trastornos circulatorios de los pequeños vasos por los que una arteria mediana se auto oxigena (estas arteriolas se llaman vasa vasorum, vasos que nutren otros de ma­yor calibre). Incluso ciertos estudios estadísticos demuestran que el sexo masculino estaría predispuesto a la arteriosclerosis por una desventaja anatómica: la envoltura interna arterial, la íntima, es más gruesa que la del sexo femenino.

 

Todas estas hipotéticas causas arteriosclerógenas actual­mente han dejado lugar a la concepción de “error metabólico” del organismo, que acumula en exceso productos nocivos en di­ versas circunstancias. En 1847, en un informe de Vogel sobre anatomía patológica, se citaba una sustancia que siempre estaba presente en las placas que angostan la luz arterial (los ateromas): era el ya famoso colesterol, mezclado menudamente con grasas y calcio. La presencia en exceso de grasas y colesterol en circulación facilita la posibilidad de un «barnizado» dañino de la pared arterial.

Por eso en la Medicina moderna, cuando se presume que se aproxima una arteriosclerosis generalizada (arteriosclerosis propiamente dicha), o localizada (aterosclerosis) se vigila la do­sificación de grasas (lipemia), del colesterol de la sangre (colesterolemia) y de los triglicéridos (trigliceridemia). Es, más com ­ pletamente, un global «orden lipídico».

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¿dónde obtiene el organismo las grasas y el colesterol?

Este último puede sintetizarse en muchos órganos, con una pro­ducción autónoma que tiene en el hígado su fuente primaria. Se sabe que muchos cálculos de vesícula biliar están formados por colesterol. Este colesterol, al que llamaríamos endógeno, se vierte en la sangre, sobre todo por el canal linfático.

Pero no se pone en cir­culación por casualidad. Inteligentemente, el hígado tiende a pro­ducir menos si su aporte externo (a través de los alimentos) tiende a aumentar.

La alimentación abundante implica un fuerte aporte de co­lesterol (ver el cuadro donde se indica el contenido exacto de co­lesterol de los principales alimentos).

La arteriosclerosis es una consecuencia más o menos di­recta de nuestros hábitos alimenticios. Si nuestra mesa siempre está bien provista de grasas, es muy posible que en en algún momento de la vida nos espere alguna de las distintas formas de arteriosclerosis, con alteraciones circulatorias relacionadas con el corazón, el cerebro y las arterias periféricas de las articu­laciones.

Por esto, la arteriosclerosis debería incluirse entre las enfer­medades del llamado progreso. Y, en este sentido, las grasas son el factor número uno a evitar. La mayoría de los estudiosos recono­cen que la evolución de un proceso arteriosclerótico se favorece extremadamente por el desorden metabólico de las grasas.

Esto ex­plica la orientación terapéutica general de prevención, vigilando la cantidad de grasas alimenticias diarias.

Consecuencias de la existencias de Colesterol y arteriosclerosis

Si se sigue una dieta muy rica de alimentos con colesterol y grasas, se puede comprobar en la sangre un enturbiamiento del plasma. En él, glóbulos rojos, blancos y plaquetas tienden a unirse (hiperagregación de plaquetas) y surgen sobre todo gotitas de grasa de medida infinitesimal (una milésima de milímetro de diámetro), llamadas kilomicras.

Colesterol y arteriosclerosis

Carencias y excesos en la alimentación

El organismo tolera mal este envenenamiento amenazador y, en general, pone en movimiento su mecanismo de limpieza, a través de una sustancia producida por el hígado, la heparina endó­ gena. Pero no siempre lo logra, y un bombardeo producido por ki­lomicras provoca la aparición final de las placas ateroescleróticas.

Por otro lado, pueden producirse importantes trastornos en el complicadísimo mecanismo de la coagulación sanguínea, que se expresan mediante trombosis endo arteriales (con sus correspon­dientes cuadros clínicos según la zona); infartos cardíacos, paráli­sis, gangrenas de oclusión arterial articular, etc.

Comer un exceso de grasas animales ayuda a la acumula­ ción de kilomicras. En cambio, los vegetales abundan en ácidos grasos químicamente definidos como insaturados, manteniendo en la sangre niveles de colesterol y de grasas más bajos. Los ali­mentos vegetales reducen los niveles sanguíneos de colesterol y lípidos.

Por eso, muchos dietistas y expertos en nutrición han fijado su atención en las grasas vegetales, dando preferencia a los aceites de oliva, cacahuete, girasol, pepita de uva, maíz, sésamo, etc.; y a las margarinas, que los contienen en abundancia.

Como siempre, usar el sentido común para alimentamos, es la mejor terapia de prevención contra el aumento de coleste­rol en la sangre. Se trata, simplemente de no salar en exceso la comida, ni ingerir alimentos con alto contenido de grasa ani­mal. Pero hay que tener en cuenta la edad del sujeto (los niños, en invierno, necesitan también grasas), el clim a en el que se vi­ve, el trabajo que se hace y el esfuerzo físico que ello implica.

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Si la mayoría de los autores está contra el colesterol, también hay quien se ha atrevido a hablar bien de él. Algunos expertos en colesterol y grasas han indicado que el colesterol no siempre es «malo» e incluso algunas de las grasas que lubrican nuestros ali­mentos cotidianos (y la envoltura interna de las arterias) no ha­cen daño.

En otras palabras, existe un colesterol «bueno» que, lejos de hacer daño, sería beneficioso. El investigador de laboratorio define con la sigla H D L el colesterol «bueno» y con LDL al «malo». Tener mucho HDL no es peligroso, sino que, ade­más, es curativo, pues elimina el LDL y tiene un efecto y una acción contra la arteriosclerosis y contra los trastornos circula­torios que ello implica.

También hay que valorar otros factores de riesgo impor­tantes, como el alcohol, la falta de actividad física, la obesidad, la hipertensión y la diabetes. La obesidad es efectivamente un peligro que se puede evitar haciendo deporte, como tenis, carre­ras a pie y en bicicleta.

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